lunes, 30 de marzo de 2015

Lennon fuera de foco

Nunca estuve realmente interesada en las carreras solistas de los Beatles. Es más, admito que ni siquiera tengo todos los discos escuchados, lo que es una falta grave en un periodista de rock.



Nunca estuve realmente interesada en las carreras solistas de los Beatles. Es más, admito que ni siquiera tengo todos los discos escuchados, lo que es una falta grave en un periodista de rock. También reconozco que la carrera que más me costó abordar fue la de John Lennon. Escuchar a Lennon solista siempre me produjo una tristeza infinita, porque para mí ese es el Lennon que fue asesinado en 1980. El “John” de los Beatles quedó milagrosamente protegido en alguna parte, en una caja de cristal, a salvo de todas las miserias. Pero el Lennon que vivía en Nueva York con Yoko, el de “Woman Is The Nigger Of The World” y “Watching The Wheels”, el padre y el activista, ese murió brutalmente a los 40 años, y su muerte es todavía para mí el gran paradigma de todo lo que está mal en el mundo.

Hace algunas semanas me enteré de que había una exposición de fotos sobre los años de Lennon en Nueva York en el CEC. Y tardíamente y con reservas decidí ir, sobre todo porque el fotógrafo en cuestión era Bob Gruen, uno de los periodistas gráficos más famosos de la historia del rock. Ahí estaban esas fotos icónicas, esas que ya vimos mil veces y no podemos dejar de mirar, y otras más íntimas, en las que uno busca un detalle revelador. Había una que me llamó especialmente la atención: están John y Yoko abrazados en el Central Park, y en el suéter de él asoma un notorio agujero, esos agujeros que hacen las polillas. Es un suéter visiblemente estirado y viejo, un suéter que cualquier argentino de clase media daría a la caridad, pero Lennon mira a la cámara y sonríe, y yo también me río, olvidándome del 8 de diciembre de 1980 por un rato.

En otra imagen que me quedé contemplando con ternura aparece el nada glamoroso backstage de la emblemática foto que Gruen le sacó a Lennon con la remera blanca que dice “New York City”, en la terraza del edificio donde vivía entonces. A su alrededor no había asistentes ni maquilladores, sólo una terraza más en la gran ciudad, con chapas en el piso, ramas, mugre y moho. La intimidad y la familiaridad que reflejan algunas fotos es emocionante, como las que captan a Lennon cuando nació su hijo Sean. “Tenés que pensar que John nunca envejeció”, como me decía siempre con ironía un amigo. “Tenés que pensar que se salvó del bochorno de una reunión millonaria de los Beatles o de cambiar de bando político”. Pero vos ves la sonrisa de Lennon ahí y nada te sirve de consuelo...

En la muestra —que termina hoy— también se proyectan dos documentales, tan valiosos como las fotos: unos sobre los movidos años de Lennon en Nueva York y otro sobre la carrera de Bob Gruen. Yo sostengo que cada vez que vemos un documental de rock envejecemos un poco (un poco más), sin embargo de vez en cuando es saludable reencontrarse con las raíces y que la nostalgia fluya tranquila. Además la cámara de Gruen los captó a todos: Bowie, Dylan, Stones, Sex Pistols, The Clash, Tina Turner, Iggy Pop... Incluso inmortalizó a los Ramones cuando nadie los conocía, cuando viajaban en subte para ir a los ensayos y eran tan pobres que guardaban las guitarras en bolsas de cartón, esas que dan en los negocios.

Al salir de la exposición me sentía abrumada por el paso del tiempo: ausencias que uno siente injustas, músicos que se extrañan, imágenes de otra época muy diferente a esta. Entonces me fui a un refugio seguro y me puse a escuchar al Lennon del “Álbum blanco”, el de “Dear Prudence”, “I’m So Tired” y “Cry Baby Cry”... Cerca de esa perfección está el cielo, y cerca del cielo la muerte no duele tanto.

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