domingo, 9 de marzo de 2014

La doble O de Yoko

¿Qué significa su nombre, tan bellamente monótono? En japonés, con cuatro kanyi, se escribe Ono Yoko. Transcrita a caracteres occidentales, porque ya ella misma es un carácter occidental, tiene en la Y su uncial definitiva, recta y angulosa. Como Yourcenar, ha elegido el placer de la Y griega, guardando el tiempo cíclico de la O. Yoko Ono va y viene por el palíndromo de su nombre. De ese criptograma procede, seguro, su temperamento enigmático.

Yoko -dice mi diccionario japonés/italiano- significa “bambina dell'oceano”. Así la llamó en una canción John Lennon, que habría escrito un endecasílabo eufónico, de haber sido un poeta español: “La niña del océano me llama”/“Ocean child calls me”. Así se lo cantaría al oído cuando se casaron en Gibraltar en el 69.

Hemos perdido la costumbre de escribir vidas paralelas, pero Yoko Ono merece unas cuantas. La primera con Lennon, para mostrar cómo pueden enredarse dos líneas que parecían destinadas a no cruzarse. Otra consigo misma, con la oriental que fue. Y con Djuna Barnes, que es en poeta lo que Yoko en artista: la famosa más desconocida del mundo. Y hasta con María Kodama.

De pronto Yoko Ono es octogenaria. La vida existe y la llamáis ochenta, escribió Gerardo Diego. Yo celebro a esta heredera de las vanguardias, superviviente desde pequeña. A esta conocedora de los jesuitas, que mantiene vivo como buenamente puede el lema franciscano de paz y amor. A la que creó unaperformance dedicada a Cristo mientras enseñaba las tetas y el pubis, porque entonces, cuando yo era niño, el sexo no era malo. Ono, no lo hemos dicho, significa “pequeña pradera”. Felicito a la que recibió un doctorado honoris causa por su flexibilidad. A la aristócrata de la sangre, que prefirió serlo del espíritu. A la que está emparentada con el Trono del Crisantemo y se crió entre reverencias y estandartes de samurais. A la última hippy, que no abdica cuando todos sus coétanaeos lo hacen.

La O y la O de sus nombres son cristales oscuros. Son dos pares de gafas, que alterna para protegerse. En la célebre fotografía de 1980 entrecierra o entreabre sus ojos rasgados. John Lennon se abraza a ella como un recién nacido, parece el bebé que estos días circula por Youtube, incapaz de separarse de la cabeza de su madre. La cabellera de Yoko presiente la de la Medusa. El amor está al borde de la muerte, a sólo unas horas. Forman una Pietà profética. En 1981 Annie Leibovitz volvió a retratar a Yoko. Sola. Con los ojos cerrados. Seria. Hermosamente herida. Se ha recogido el pelo. Ha pasado un año o ha pasado un siglo. Es la foto en la que está más guapa.

Esta mujer del Renacimiento, artista total de las vanguardias, animal de distancias, casada en Gibraltar, merecería haber sido también una bailaora nipona de las que se recrían en Jerez. No haría falta cambiarle el nombre. La Niña del Océano.

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