martes, 10 de junio de 2014

Días de vinilo

  • La música es mi vida

Si alguna vez les proponen la tarea de destripar un mecanismo artificial, pueden tomar como modelo de ensayo "Días de vinilo", una comedia romántica y fraternal que, vanidosa de sus defectos, juega al contraataque exhibiéndolos con orgullo. Autoconsciencia, o delirio, más bien lo segundo, que sumadas a su severa alergia a la pompa que caracteriza a la crítica cultural argentina desembocan en una perfecta autodefinición de la ópera prima de Gabriel Nesci por boca de un personaje deliberadamente antipático: una película que subestima al público, con una historia ingenua y personajes artificiales en situaciones inverosímiles. Amén a casi todo lo anterior, aunque falta por añadir que Nesci escamotea los defectos formales bajo un manto de intrascendencia y levedad que se diría importado de sus orígenes en el medio televisivo.

Cuatro amigos de la infancia, beatlemanía, alta fidelidad a la memoria musical de Nick Hornby, peterpanismo crónico y personajes satélites femeninos que, salvo Inés Efrón, tienen como misión servir como complementos de una comedia coral orientada hacia un único punto: la solución de una trama sentimental en la que un director de cine camina sobre las huellas del fracaso para reencontrarse con el gran amor de su vida.

Lastrada por una puesta en escena que afea los hallazgos de un guión escrito por el propio Nesci, "Días de vinilo" no acierta a extraer todo el potencial de unos personajes que se articulan alrededor de gags de muy corto recorrido: tal es el caso de ese Ignacio Toselli, su obsesión con John Lennon y los Fab Four, y su estrepitoso romance con una colombiana de ascendencia japonesa que responde a las iniciales Y(enny) O(campo). A pesar de todo, atesora estallidos cómicos muy disfrutables, casi todos ellos protagonizados por un sensacional Leonardo Sbaraglia en modo autoparódico.
JOSU EGUREN

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