martes, 25 de febrero de 2014

Feliz cumpleaños, George

harrison

Recor­da­mos a George Harri­son el día en que hubiera cum­plido 71 años

Mís­tico, serio, tran­quilo, humilde o enig­má­tico son varios de los habi­tua­les cali­fi­ca­ti­vos que sue­len acom­pa­ñar al que fue miem­bro más joven de los Fab Four. Hoy, 25 de Febrero de 2014, hubiera cele­brado sus 71 de per­ma­nen­cia en el “mate­rial world”, como reza uno de sus famo­sos temas. Sin embargo, ya hace más de una década que George cruzó a la otra ori­lla y algu­nos toda­vía espe­rá­ba­mos inge­nua­mente que apa­re­ciera junto a Ringo y Paul en su reen­cuen­tro de hace esca­sos días en el esce­na­rio de los pre­mios Grammy. Su vida fue, como des­cribe la viuda del rock Yoko Ono“mágica” , y sus can­cio­nes, como dijo su amigo íntimoEric Clap­ton, “nacían direc­ta­mente del cora­zón”‘Give me Love’ ‘My sweet Lord’ son cla­ros ejem­plos de su madu­rez artís­tica y espi­ri­tual, cuando no de autén­tica libe­ra­ción de la opre­sión que el asfi­xiante esquema beatle le causaba.
Efec­ti­va­mente, la sepa­ra­ción del cuar­teto de Liver­pool en 1970 sig­ni­ficó para George Harri­son la opor­tu­ni­dad de dar rienda suelta a dece­nas de temas que habían sido recha­za­dos o incluso nin­gu­nea­dos en favor de otros sur­gi­dos de la fac­to­ría ofi­cial Lennon-McCartneycuyos ges­to­res impo­nían, sobre todo el con­tro­la­dor Paul, su forma per­so­nal de inter­pre­ta­ción en detri­mento de las con­tri­bu­cio­nes que George inten­taba apor­tar. Las can­cio­nes de Harri­son eran para Macca siem­pre las últi­mas de la fila, y las visio­nes pre­ten­cio­sas del marido de Linda no le deja­ban cap­tar sus abs­trac­tas y espi­ri­tua­les com­po­si­cio­nes que, bajo ese manto apa­rente de can­tos hin­dúes y sita­res, escon­dían lo que Paul más ansiaba: éxitos de ven­tas y núme­ros uno.
Qui­zás esa sen­sa­ción de exclu­sión com­po­si­tiva fue lo que le per­mi­tió escri­bir la bri­llante ‘While my gui­tar gently Weeps’ y sus incon­fun­di­bles solos de gui­ta­rra, la pun­zante ‘I me mine’ o la can­ción de amor más bonita del mundo según Sina­tra, ‘Somet­hing’, con la que con­si­guió tener por fin una cara A de un sin­gle beatle tras siete años de exis­ten­cia dis­co­grá­fica de la banda.
Pero estas can­cio­nes eran las migas de pan que el beatle invi­si­ble iba dejando como pis­tas de lo que estaba por venir: seña­lado de forma uná­nime por la crí­tica como su obra cum­bre, su pri­mer tra­bajo tras la sepa­ra­ción del grupo All things must pass fue un éxito abso­luto. Número uno en USA y Reino Unido, apor­taba mate­rial des­co­no­cido del artista y unos intere­san­tí­si­mos arre­glos del gurú del pop Phill Spec­tor, quien por for­tuna le con­ven­ció para edi­tar un tri­ple álbum al darse cuenta de la can­ti­dad de temas que el beatle había ido acu­mu­lando a lo largo de los años. De este modo, el año mal­dito que supuso 1970 para los faná­ti­cos de la beatle­ma­nía, para Harri­son sig­ni­ficó la opor­tu­ni­dad de des­truir los barro­tes que fir­me­mente le habían estado atando a la idea y la res­pon­sa­bi­li­dad de lo que ser un beatlesuponía.
Su triunfo se con­so­lidó con la cele­bra­ción de The Con­cert for Ban­gla­desh en el Madi­son Square Gar­den, otor­gán­dole el mérito de ser el pio­nero de los con­cier­tos bené­fi­cos de rock a gran escala mucho antes de que Bob Gel­dof apa­re­ciera en escena. Pero Harri­son no se libró en su ascenso de verse envuelto en una espi­ral de dro­ga­dic­ción y exce­sos que le obligó a poner un sor­pren­dente freno. Un punto y aparte en su fre­né­tica y ver­ti­gi­nosa carrera en soli­ta­rio de la que su gira ame­ri­cana Dark Horse en el 74 fue la triste conclusión.
A par­tir de ahí per­so­ni­fica la ima­gen de hip­pie jubi­lado que le acom­pa­ñará hasta el final de sus días, dedi­cán­dose de lleno a su pro­pia vida cul­ti­vando su espi­ri­tua­li­dad y su segunda pasión, la jardinería.
Pun­tual­mente par­ti­cipó en pro­yec­tos artís­ti­cos, como las pelí­cu­las de los Monty Phy­ton, a los que apa­drinó, o en sus pro­pios álbu­mes que de tarde en tarde ser­vían para man­te­ner viva su llama musical.
Pero si algo dife­ren­ciaba a George de muchas estre­llas de rock era ese aura de buen sama­ri­tano de la que gozaba. No solo prác­ti­ca­mente renun­ció a su mujer Pat­tie Boyd en favor de su mejor amigo Clap­ton, sino que su falta de egoísmo y su acti­tud dis­creta le per­mi­tía ceder y com­par­tir el foco de aten­ción con Bob DylanRoy Orbi­sonTom Petty y Jeff Lynnecuando formó los Tra­ve­lling Wild­burys.
Así, mien­tras el resto pare­cía dis­fru­tar de las excen­tri­ci­da­des y lujos de la fama, George, por el con­tra­rio, huía de la aten­ción mediá­tica y de la con­ti­nua mirada de los fans que pare­cía abru­marle. Se retrajo cada vez más junto a Oli­via Arias y su cló­nico hijo Dhani, dis­fru­tando de la tran­qui­li­dad y pri­va­ci­dad que su pequeño y carro­liano cas­ti­llo verde Friar Park les per­mi­tía, medi­tando y tra­ba­jando en su admi­rado y pós­tumo álbum Brain­wa­shed.
Un home­naje en el Royal Albert Hall de Lon­dres, su ingreso en el Rock and Roll Hall of Fame y un docu­men­tal de Scor­sese sir­ven de colo­fón, que a los fans nos sigue sabiendo a poco, a la vida de un artista que se des­pi­dió de este mundo con las pala­bras de Jesús:“Amaos los unos a los otros”.

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