¿Creía usted que tenía la discografía completa de los Beatles con los 13 álbumes que editaron en el Reino Unido entre 1962 y 1970? Entonces no tiene Hey Jude. Fue uno de los intentos más serios de Paul McCartney, en un momento de máxima autoexigencia, de crear la canción perfecta. A John Lennon le parecía la mejor composición de Paul, no solo porque se la dedicara a su hijo Julian. Su letra daba para otras lecturas: en teoría un mimo al chaval que sufría el divorcio de sus padres, John entendió que eso de “ve con ella” era una bendición de su colega para su unión con Yoko Ono.
Hey Jude, de 1968, es un emocionante himno de siete minutos cuya coda (el nanananá) aún corea de forma insistente el público de los conciertos de McCartney. Es discutible que supere a Yesterday, pero igualmente figura entre las mejores canciones de la historia. Como tantas maravillas de los Beatles, no entró en ninguno de sus LP y solo salió como single (fue el primero bajo el sello Apple). El fecundo talento de Lennon y McCartney desbordaba el ritmo de dos LP al año que imponía el negocio. El doble CD Past masters, que este domingo puede adquirise en versión remasterizada con EL PAÍS por 12,90 euros, recuperó en 1988 esos sencillos, los EP y algunas rarezas para completar la discografía oficial de la banda.
Son piezas imprescindibles. No se entiende el salto a la fama de los Beatles en 1963 sin From me to you, She loves you o I want to hold your hand, tres de sus primeros éxitos de masas, los que les abrieron las puertas de EE UU y el mundo entero (de las dos últimas se incluye una versión en alemán). Tampoco se explica su consolidación sin los temas del EP Long tall sally, de 1964, donde manda un rabioso rock and roll. Ni se puede analizar su evolución sin I feel fine, que ese mismo año apuntaba nuevos caminos.
En los sesenta, el single era un campo abonado para buscar la perfección sin la servidumbre de que el resultado encajara en un álbum. Entonces era habitual editar un sencillo a la vez que un LP que no lo incluye (como los Beach Boys, con los que los Beatles tenían cierto pique, que sacaban el glorioso tema Good vibrations al margen del enorme álbum Pet sounds). Fue así como nacieron canciones como Lady Madonna, la más negra de McCartney, con la hipnotizante Inner light, la más india de Harrison, en la cara B.
No está completa la obra de los Beatles sin The ballad of John and Yoko, en la que Lennon cuenta su boda “en Gibraltar, cerca de España” y pronostica: “Me van a crucificar”. O sin Paperback writer, con su juego de voces en falsete, y la psicodélica Rain que la acompañaba. O sin Day tripper, con su poderoso riff (Hendrix haría una brutal versión), en el mismo sencillo que la plácida y campestre We can work it out, las dos caras llamadas A porque no se podía destacar una sobre otra.
No todos los temas recogidos en Past masters estaban inéditos en LP, pero entonces hay versiones alternativas. Por ejemplo de Love me do, el primer lanzamiento del grupo en 1962, del que aquí se ofrece una toma grabada con Ringo Starr. Por entonces el batería estaba a prueba: la versión del álbum Please please me era otra en la que cogía las baquetas un profesional llamado Andy White. No pasó más: Ringo se afianzó.
Hay canciones muy modificadas. Como Revolution, que en Past masters suena a rock duro, cuando en el álbum blanco es un blues lento. De la bella Across the Universe se ofrece la versión original, que John regaló al álbum benéfico No one's gonna change our World, en vez de la que se grabó después para Let it be y quedó peor. Está el desgarrador Don't let me down, inexplicable descarte de las sesiones de Let it be, y el Get back de estudio que en el disco tocaban en el concierto del tejado.
La última es la más extraña de todas: You know my name (Look up the number) es una pieza muy experimental que hizo de contrapunto, en la cara B, a Let it be, uno de sus últimos himnos, otro intento de lograr la canción perfecta. Faltaba todo esto para disfrutar de una discografía irrepetible. Para la historia.
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