jueves, 30 de enero de 2014

El John Lennon más conmovedor, y también el más adictivo

En La delicadeza mostró el joven francés David Foenkinos cómo llevar el título de su obra hasta la narrativa y no traspasar ni una mala línea. La delicadeza era eso y era así: perdiendo toda connotación cursi y adquiriendo la dimensión justa.
Demostró además el autor que era capaz de hacer un largometraje de su propio libro y salir airoso del asunto. La novela no sólo se llevó diez premios sino que resultó finalista de galardones como el Gouncourt.
En Lennon (Alfaguara) va más allá: hace que olvidemos que es una novela para que imaginemos al artista, al niño de infancia terrible abandonado y usado como moneda de cambio, a la estrella que fue después, al solitario y vagabundo que buscó en las drogas la forma, el amante y el furioso intelectual tan falto de amor como necesitado de tabla en el naufragio, el hombre que lo dejó todo con sólo 35 años para dedicarse a ser lo que Yoko Ono hacía que fuera.
lennonNo quiso conocer Foenkinos, ese licenciado en Letras por la Sorbona y reconocido escritor al que poco se le pone por delante, a Yoko Ono. Y sin embargo no hay rechazo ni prejuicio hacia ella en la obra. Es más para el autor ésta fue la más bella historia de amor del siglo XX.Yoko como mujer, como salvadora, como madre del frágil y más conmovedor que nunca Lennon: así es para el escritor. Incluso puede que Lennon se hubiera suicidado si no la hubiera conocido. “Creo que, como otras grandes estrellas, él también habría muerto a los 27 años si Yoko no lo hubiera salvado”.
No hay pues mala letra para Yoko.
Lo que sí hay, para el lector esta vez, es sensación de estar leyendo algo que no es ni una biografía ni una novela. Acaso una fusión ¿imposible? entre música y literatura, vida, catarsis y arte… Buena la idea de Foenkinos de recostar a Lennon en un diván de psiquiatra para desgranarlo por dentro. 
Una locura tal vez, o no. Quizá el autor, formado como músico de jazz pero escritor por encima de todo, haya dado con la manera de unir ambas aliadas de la salvación, música y literatura, sin que se note, y aún más: sin saberlo. Claro que…, ya Juan Ramón Jiménez, aunque en un sentido muy distinto y mucho más elevado también, buscó con verdadera obsesión la música en sus letras. Su escritura acabó siendo casi una partitura.
Pero volvamos a Lennon y al narrador: la fascinación de David Foenkinos por el músico (“El primer recuerdo fuerte de mi vida es el asesinato de John Lennon”) da a sus letras una vida que contagia y que incluso a quienes menos acompañados por la música del Beatle han vivido hace que quieran pasar las páginas. No es la vida del músico es la del hombre la que pide continuar, y sobre todo ese diálogo no expreso entre todo lo que es el autor y lo que fue el músico.
Lennon consigue desviar la atención del maldito foco en el que andamos (crisis, crisis, crisis; desesperanza, desesperanza, desesperanza), ése en el que soñar parece que está prohibido. Logra que por un momento pensemos en un tiempo en el que la esperanza y las posibilidades impregnaban ese aire que hoy tan poco respirable resulta.
Es casi hasta catártico leer esta obra en la que Foenkinos y Lennon se unen para dar una lección que recuerda mucho a una de las grandezas del Beatle: ese hombre que recibió a la prensa en su cama como manera de intentar lograr una respuesta política y que Foenkinos retrata así:
“La última vez que me tumbé para hablar con un desconocido fue durante la Bed-In con Yoko. Una semana en cama por la Paz. La gente pensaba que nos verían hacer el amor, pero sólo queríamos hablar. Fueron a vernos decenas de periodistas. No sé si todo esto habrá servido de algo. ¿Se logró algo más de paz? No era más estúpido que hacer una huelga de hambre. Simplemente cambiamos la posición de combate”
Paula Arenas Martín-Abril 

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