Un descuido hizo que una cantidad ínfima de la sustancia, elaborada con alcaloides presentes en el cornezuelo del centeno, entrase en contacto con su piel y le provocase "alucinaciones caleidoscópicas de extraordinaria plasticidad y viveza". Tres días después, hoy hace exactamente 70 años, disolvió 250 microgramos en un vaso de agua y lo bebió.
Los efectos de la primera vez se multiplicaron hasta lo insoportable. Hofmann temió haber dañado su cerebro permanentemente, creyó incluso que iba a morir. A la mañana siguiente, sin embargo, sintió una vitalidad extraordinaria: todo brillaba a su alrededor y sus sentidos vibraban en perfecta comunión con el universo. Como si hubiese vuelto a nacer.
Experimentos con animales
Las investigaciones iniciales fueron prudentes. En 1947, el doctor Werner Stoll, hijo del presidente de Sandoz, Arthur Stoll, fue el primero en estudiar las propiedades psicológicas del LSD. Observó que producía alteraciones de la percepción, alucinaciones y aceleración del pensamiento, además de agudizar la suspicacia habitual de los esquizofrénicos. No apreció efectos negativos.
Los primeros experimentos con animales mostraron que las arañas tejían telarañas perfectamente simétricas; que los peces que nadaban por el fondo de los acuarios pasaban a hacerlo justo bajo la superficie; que los chimpancés mandaban al carajo todas las normas de conducta de su grupo; y que los elefantes se desplomaban si se les daban 300.000 microgramos y se morían si se trataba de reanimarlos con más drogas.
A partir de ahí, las posibilidades parecieron infinitas. Los resultados positivos de su empleo con alcohólicos, drogadictos, autistas, neuróticos, delincuentes, drogadictos y enfermos terminales de cáncer (para calmar su ansiedad) llamaron la atención del Pentágono, que soñó con guerras más humanas en las que las bombas serían sustituidas por LSD, y de la CIA, impresionada por que la sustancia era 4.000 veces más potente que la mescalina, alcaloide natural con el que los alemanes habían experimentado en Dachau durante la II Guerra Mundial.
Cobayas humanas
Igual que los nazis, la CIA estudió su uso para el control mental en interrogatorios, primero como agente desinhibidor, una especie de suero de la verdad, y luego todo lo contrario, como agente inhibidor. Los resultados no fueron satisfactorios. Las alucinaciones eran de tales proporciones que suponían más un obstáculo que una ayuda, aparte de la imprevisibilidad que implicaba que se pudiese pasar del pánico total al éxtasis infinito y viceversa.
Pese a los problemas, las investigaciones (denominadas Operación MK-Ultra) siguieron adelante hasta mediados de los 60. Bajo la dirección del químico Sidney Gottlieb, MK-Ultra dejó de lado cualquier escrúpulo moral y se concentró en el uso indiscriminado de cobayas humanas. Como en San Francisco, donde instaló un burdel en el que se deslizaba subrepticiamente LSD en las bebidas de los clientes para observar luego sus reacciones.
La aplicación más popular, no obstante, se debe al psiquiatra británico Humphry Osmond, responsable de un exitoso programa de rehabilitación de alcohólicos en el Hospital de Weyburn, en Canadá. Osmond fue quien acuñó el término psicodélico (que expande la mente) durante el intercambio de cartas que mantuvo con el escritor Aldous Huxley, y fue también el precursor del uso del LSD para procurar "experiencias místicas" que cambiasen a mejor la personalidad de sus consumidores.
Este tipo de terapia llegó primero a Hollywood, donde salvó la vida del actor Cary Grant, según afirmaba el mismo: "He buscado la paz de espíritu desde siempre. Exploré el yoga, la meditación y diversos tipos de misticismo. Hasta este tratamiento, nada de eso me dio lo que quería. He vuelto a nacer. Esta experiencia me ha transformado por completo".
Portada del disco 'Sargent Pepper's Lonely Hearts Club Band' de los Beatles. | EM
La utopía de los 'psiconautas
Si Osmond fue el originador, Timothy Leary fue el catalizador, el hombre que popularizó el LSD como presunta panacea universal, como vía hacia la paz y la armonía mundiales. Carismático profesor de psiquiatría en Harvard, antiguo cadete de West Point y seductor incorregible, había dirigido un polémico programa de investigación sobre la psilocibina, otro alucinógeno natural, que acabó costándole su puesto en Harvard, pero se rindió incondicionalmente al LSD tras probarlo en 1964, diluido en mayonesa.
"Vi luz, el centro de la vida, luz ardiente, cegadora, vibrante, radiante, pura, exultante. Una llama interminable que contenía todo en sí: sonido, tacto, célula, semilla, sentido, alma, sueño, gloria, Dios...".
Leary y su más estrecho colaborador, Richard Alpert, se consideraban psiconautas, exploradores del espacio interior de valor comparable al de los astronautas y los marineros portugueses del siglo XVI, y deseaban provocar una revolución psíquica que transformase primero la sociedad estadounidense y luego el mundo entero. Leary, a quien la revista Playboy llamó en 1966 "el Profeta del LSD", conectó la ciencia con la contracultura hippie. El consumo se masificó y proliferaron los laboratorios clandestinos.
Impacto en la música
Eric Burdon compuso al frente de The Animals una oda al LSD de Sandoz: 'My Girl Sandoz', pero la mayor parte del ácido que encendió el rock de finales de los 60 lo produjeron ilegalmente Augustus Owsley Stanley III y Tim Scully, dos idealistas que se movían en el entorno de The Grateful Dead y que estaban convencidos de que el LSD eliminaría la inhumanidad del hombre. "Creíamos que éramos los arquitectos de un cambio social", explicó Scully, "que nuestra misión era cambiar el mundo".
Owsley, nieto de senador, se alimentaba casi exclusivamente de filetes por considerar que los vegetales eran veneno para el cuerpo. Quería hacer el LSD más puro posible, incluso más puro que el de Sandoz, que lo describía como una sustancia cristalina amarillenta.
Owsley encontró un modo de refinar el cristal hasta tornarlo blanco azulado y piezoluminiscente, es decir, que emitía destellos de luz si se movían los cristales. Tras producirlo como polvo y líquido (al que llamó 'Mother's Milk') pasó a píldoras de 250 microgramos, con el mítico barrio de Haight-Ashbury, en San Francisco, como principal centro de distribución.
Fue la era dorada del LSD, cuando sirvió de combustible para The Beatles e infinidad de músicos de la época. La comunión era total. "The Beatles son mutantes enviados por Dios para crear una nueva especie, una joven raza de hombres libres y risueños", aseguraba Leary. "Son los avatares más sabios, santos y eficaces que la humanidad jamás haya creado".
En la revista 'Life', Paul McCartney, el último Beatle en probar LSD, hablaba maravillas de la droga: "Abrió mis ojos. Me convirtió en un mejor miembro de la sociedad, más honesto, más tolerante. Si los líderes de las naciones del mundo lo tomarán, aunque sólo fuera una vez, desterrarían la guerra, la pobreza y el hambre".
La 'hermandad de amor eterno'
Con los laboratorios clandestinos también llegó la mafia, decidida a sacar provecho económico a la fiebre del ácido. El LSD cortado, de mala calidad, invadió EEUU y Washington tomó cartas en el asunto. La producción y la venta llevaban prohibidas desde 1965, pero en el 68 se penalizó su posesión y en el 70 fue colocado en la lista de drogas sin valor médico.
El congresista republicano Charles Sandman Jr. llegó a decir que era una amenaza mayor que la guerra de Vietnam, donde, por cierto, una partida producida por Scully, bautizada Orange Sunshine, era muy apreciada por las tropas estadounidenses.
Leary, acusado de posesión y de colaborar con una red de distribución hippie llamada 'Brotherhood of Eternal Love' (Hermandad del Amor Eterno), Owsley y Scully acabaron en la cárcel, condenados a largas penas de las que sólo cumplieron una parte. Alpert se marchó al Himalaya, se convirtió al hinduismo, cambió su nombre a Baba Ram Dass y escribió 'Be Here Now', un popular libro sobre espiritualidad del que años más tarde Oasis tomaría prestado el título para uno de sus discos. Las investigaciones con LSD se paralizaron por completo.
En las últimas dos décadas, sin embargo, los alucinógenos, LSD incluido, han sido parcialmente rehabilitados. Más por la vía Hofmann, que consideraba su descubrimiento "medicina para el alma" y que murió a los 102 años tras consumirlo por última vez a los 97, que por la vía Leary: como remedios terapéuticos para mitigar la ansiedad, los trastornos obsesivos, la depresión y el estrés postraumático.
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