Cuentan los sabios del lugar que a los Beatles se les dedicó la plaza situada en el corazón de Sankt Pauli por las infinitas leyendas urbanas sobre sus viajes y conciertos en elKaiserkeller o en el Star-Club. Eran principios de los sesenta, todavía eran unos chavales deLiverpool con más ganas que temazos, pero ya ganaban las libras y la reputación necesaria como para hacer pequeñas giras por los bares de culto del Viejo Continente. De sus andanzas por la calle Reeperbahn quedan anécdotas de dudosa veracidad que hablan de algunas exhibiciones al aire libre donde Lennon tocaba en calzoncillos y orinaba delante de las monjas y en las que George Harrison se marcaba sus solos con una taza de váter por collar. Fueron buenos tiempos, sin asesores de imagen ni productores remilgados detrás. Tiempos que añoraron muy a menudo, tanto, que el propio Lennon llego a asegurar: “Tal vez nací en Liverpool, pero maduré en Hamburgo”.
Pero Sankt Pauli es algo más que un sendero de antros de perdición. Es prostitución legal, clubes eróticos y meretrices que visten de paisano y a las que cuesta identificar. Y siempre lo fue, desde sus inicios como barrio portuario a orillas del Elba, un río que se comporta como un mar. Era un lugar extramuros, fuera de los límites de la casta ciudad de Hamburgo que miraba a todo lo que allí se hacía como si fuera Sodoma y Gomorra. Un desprecio también causado por el olor a pescado y por el canto ebrio de los marineros que buscaban abrazos. Vamos, un laboratorio perfecto para mezclar depravaciones con nuevas tendencias. Como todo emplazamiento portuario, Hamburgo bebió del tráfico (marítimo) de ideas e influencias asumiendo el mal menor de la carne, la liga y el striptease.
¿Se puede ser una milla de pecado en pleno Siglo XXI? Internet ha acabado con esas búsquedas intrépidas y aventureras de los desnudos y la provocación. Y sin embargo Sankt Pauli sobrevive basado en varios pilares. En primer lugar está el sexo puro y duro, con la calle Herberstrasse como pulmón. Eso sí, está bien disimulada con unos muros metálicos que advierten a su entrada de que no es un lugar ni para mujeres ni para menores. Pero, por otro lado, la reciclada y normal vida nocturna es ya un activo turístico de la ciudad. El barrio se ha sabido adaptar a un público más modernete que considera un safari ir de marcha sorteando los neones rojos de los Sex Shops y los cabarets. El Kaiserkeller ahora es un dignorock bar donde darlo todo bien a gusto mientras que la cerveza Astra pone de su parte. La mítica calle Grosse Freiheit (gran libertad) es todo un símbolo de esta reconversión, con otros clubs como el Halo o el Jams Club. Eso sí, que nadie se lleve las manos a la cabeza al ver cómo en esta calle está uno de los showgirls más fotogénicos de todo Sankt Pauli, el Susis. Y es que Hamburgo aún sabe flirtear con el visitante poniendo alguna que otra tentación en el camino. Ya no queda nada del Star Club (solo una lápida conmemorativa), ni de los famosos teatros de sexo en vivo como el Salambo, el Regina o el Colibrí.
Esta paulatina desaparición del sexo de los carteles no ha supuesto el final de la ajetreada vida cultural que había en sus escenarios. Para muchos artistas, la libertad hedonista y la sed dionisíaca que se vivía en este barrio formaban un clima perfecto para mostrar sus obras. El teatro Sankt Pauli, el Karolinentheater o el Operettenhaus siguen programando musicales y obras teatrales sin desnudos (por que sí, a no ser que lo exija el libreto). Aunque quizás el punto de conexión más acertado y atractivo entre sexo y cultura sea el ineludible Erotica Art Museum. Aquí hay que ir porque sí, porque pocas veces se exhiben consoladores, desnudos y actos sexuales con tanta dignidad.
Sankt Pauli es también un barrio de monumentos casi involuntarios. El más evidente es la comisaría Davidwache, famosa en Alemania por sus apariciones en numerosas series y filmes locales. Es también un referente arquitectónico amén de un símbolo de seguridad en un barrio que se podría antojar peligroso y que no lo es. Simplemente es variopinto. Otra nota de color la pone la iglesia de San José, un templo barroco situado al final de la Grosse Freiheit y que se alza como un lugar de redención rodeado de tentaciones explícitas.
Y luego está el fútbol, el mítico FC Sankt Pauli. Un equipo perdedor, pupas y obrero, pero que en sí mismo resume lo que significa este barrio para esta ciudad: un soplo de aire fresco y de izquierdas. Ante la fama de los seguidores ultra derechistas de otros clubes de la región como el HSV Hamburgo o el Hansa Rostock, el FC Sankt Pauli se rebela como un equipo de barrio. Su bandera es la pirata, su presidente es abiertamente gay (y dueño del teatro Schmidt), antes de los partidos suena por la megafonía las canciones 'Hells Bells' de ACDC y'Song 2' de Blur y tiene casi más seguidoras femeninas que hinchas masculinos. Sobra decir que en sus estatutos esclarecen que son anti nazis y como punto rebelde cabe reseñar que organizaron un mundial paralelo con países no reconocidos por la FIFA como Groenlandia, Zanzíbar o el Tíbet. Los anfitriones se presentaron como República de Sankt Pauli. Por estas razones, peregrinar hasta el nuevo Millerntorn Stadion es casi una obligación y, aunque no se pueda disfrutar del fútbol allí hasta finales de este año, la tienda de regalos ya funciona. Una visita recomendable puesto que regalar un souvenir de este equipo es como regalar unanti-souvenir. Puro Sankt Pauli.
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