domingo, 17 de agosto de 2014

¿Qué habría pasado si Yoko Ono hubiera elegido a McCartney? Las bifurcaciones de la vida

¿Qué habría pasado si Yoko Ono hubiera elegido a McCartney?

Enigmática y transgresora, la llegada de la artista japonesa a la vida de John Lennon coincidió con la separación de The Beatles. Pero la historia pudo haber sido muy diferente... O quizá, no tanto.

¡John! ¿John? ¿Estás ahí? ¿Eres tú? Sí, claro que eres tú, reconocería tu voz aunque hubieran pasado mil años. A veces la vida nos distrae con sus bobadas y, cuando queremos darnos cuenta, el tiempo ha pasado. Otras,nos atropella con sus prisas, nos urge,nos ahoga. No digas nada. Déjame hablar. Necesito contarte mi parte de la historia. La parte que no conoces.La que empieza aquella tarde en que una japonesa misteriosa, con un rostro carente de expresión, como una máscara de teatro, me pidió que le regalara material inédito para cierto libro en el que estaba trabajando. Letras de canciones. Originales. No le valía cualquier cosa. Quería documentos autógrafos, tuyos o míos. Venía con exigencias. Usaba ademanes aristocráticos aprendidos en la niñez.

Hablaba como si tuviera derecho.Utilizaba el imperativo, no le temblaba la voz, no se dejaba impresionar por el personaje. Era irresistible. Me desarmó.Consiguió lo que venía buscando. Y mucho más.

Sé que también acudió a ti, y del mismo modo logró su propósito. Durante un tiempo –dos, tres semanas–la adoramos de igual forma. Hasta aquel día… ¿recuerdas cuando nos encontramos en aquella exposición londinense? No fue una coincidencia.Ella nos convocó, nos estudió, no se valuó. Quería disponer de todos los elementos de juicio antes de tomar una decisión. Siempre fue una mujer previsora, capaz de estudiarlas pasiones como si se tratara de balances de empresa. Tú y yo nunca supimos hacer nada de eso. A ti y a mí la existencia nos empujaba, nos arrastraba. Fuimos siempre dos deshechos con suerte, todo lo contrario que ella, la máscara japonesa.

La vida es un camino bifurcado de pequeños senderos. Algunos son atajos. Otros, solo vías muertas.Dispones de unos años para encontrarla dirección correcta. Si no lo has hecho antes de los 40, pobre de ti. Si pierdes el rumbo pasados los 70, es lo último que haces.

La exposición fue el detonante.“Clavar un clavo”, se llamaba aquella obra que tanto te interesó. Dijimos algunas tonterías, tú y yo, sin apenas mirarnos. Cada uno de nosotros temía no ser el elegido. Nunca se nos dio muy bien perder. Me alegró tanto ganar que apenas reparé en tu derrota. Tampoco me importó decepcionar a Linda,aquella chica tan guapa y tan rubia con la que yo estaba por entonces.Sí, ya sé que buscasteis al unísono un alivio a vuestra tristeza en brazos del otro. Os resultasteis útiles hasta que cada uno siguió su camino. La desgracia compartida no suele ser un buen cimiento para el amor. Me alegra comprobar que aún no has colgado el teléfono. Puedo oírte respirar, sé que estás ahí.

El odio es un monstruo incansable.Yo te detesté también por todo lo que hiciste en aquel tiempo. ¿Era necesario echarle la culpa a ella? ¿No hubiera sido mejor reconocer la verdad, que los dos mitos de la música estaban enemistados por lo de siempre,alimentaban la pasión más antigua de la humanidad, eran presas de los celos?Decir que Yoko tenía la culpa era lo más sencillo, lo que todos deseaban creer. La extranjera que llegó para sembrar la discordia. Estamos inclinados a creer lo que menos nos duele. Reconocer que ambos habíamos enloquecido por ella no era oportuno. Nuestras fans, había que pensar en ellas. Y en nuestras ventas millonarias.

Hablábamos mucho de ti,¿sabes? Aunque te hubieras marchado. Solíamos reunirnos para beber cerveza: George, Ringo, Maureen, Pattie, Linda, Yoko y yo. Nos reíamos recordando majaderías delos años de locura y viajes.Era como una reunión de jubilados. Brindábamos por los patéticos músicos en que nos convertimos, sin tiempo para nada más que nuestra vanagloria. Yoko callaba, bajaba los ojos de misterio.Cuando alguien pronunciaba tu nombre,ella se iba al baño, o pedía más cerveza.Alguien te había visto en Central Park, de regreso a casa, entre los árboles.Otro decía que ya no salías nunca de casa, abatido por la tristeza, que te habías convertido en un maltratador y que Cynthia iba a dejarte para siempre. Que habías engordado y no parecías tú. Que tenías el pelo blanco. Especulábamos. No teníamos otra cosa que hacer.

Una vez le pregunté a Yoko por qué evitaba hablar de ti. Dijo: “Hay recuerdos que pueden devorarte”.Tal vez te haga reír saber que terminamos en uno de esos terapeutas para parejas con problemas. Nos recibía por separado, primero ella, mientras yo leía revistas sobre la cría de caballos en la sala de espera. Después yo, y ella se sentaba con la mirada rígida en la pared de enfrente, decía que meditaba. En ocasiones, entrábamos al mismo tiempo.

El terapeuta era un hombre de cabellos canosos y voz de programa de madrugada para jovencitas. A ella la llamaba lady Yoko. A mí, mister Paul. Sus preguntas eran tan rebuscadas que a veces no encontraba el modo de responderle. “Mister Paul, cuando despierta por la mañana en su hogar,¿desearía usted estar en otra parte?”.Una vez me preguntó: “¿Cambiaría usted algo de los últimos 15 años, míster Paul?”. Respondí sin vacilar: “El 8 de diciembre de 1980”. “¿Podría decirme qué ocurrió ese día?”, preguntó. “No”,repuse. “¿No?”, inquirió. “No”. No volví a pisar su consultorio.

8 de diciembre de 1980, esa fecha fatídica. Estábamos en Nueva York. Yo debía reunirme con alguien, Yoko quería ir de compras. Nos alojábamos en el hotel de siempre, en la Quinta Avenida,desde cuyas ventanas se divisaba la parte baja de Central Park. Un lugar cercano a tu casa. Aquella tarde, de regreso al hotel, le pregunté a mi mujer qué había estado haciendo en mi ausencia. “Ah, he visto a John”, dijo, con su expresión de máscara. “¿Dónde?”.“En su casa. Todos decís que no sale de casa. Quería saber si era verdad”.

Palabras llegadas de lejos. Algo iba mal. Os imaginé en la gran cama blanca frente a los ventanales, radiantes de felicidad, desnudos, posando para las cámaras tras consumar un adulterio que debí preveer. “¿No estaba Cynthia en casa?”, pregunté. “¿Cynthia? ¿Qué Cynthia? No hay ninguna Cynthia”, fue su respuesta. “Cynthia, la mujer de John,con quien tuvo un hijo, Julian. ¿Cómo puede ser que no te acuerdes?”. “¿Pero qué estás diciendo, Paul? John no tiene hijos… –una mueca burlona se dibujó en la máscara–. Por fortuna, porque sería un padre desastroso”.

No logré conciliar el sueño. Yoko, en cambio, dormía profundamente a mi lado. Me vestí de nuevo y salía la gélida noche neoyorquina. Mi intención era buscar un bar, pero las bifurcaciones del azar me guiaron hacia otra parte. El edificio Dakota,custodiado por un portero cubano que parecía saber muchas cosas. Había un vaticinio de fatalidad en la danza delos árboles.

El portero me abrió la puerta con un guiño. Subí en el ascensor, todavía escuchando la voz del cubano loco,llamé al timbre y salió a abrir Cynthia. Para disimular mi sorpresa dije: “Hey, Cynthia!”. Ella me miró con cara de no querer verme. “¿Qué diablos haces aquí?”. “¿Está John?”, pregunté.“Espera”, fue su respuesta. Y cerró la puerta. Escuché pasos que se alejaban y pasos que se acercaban. Esta vez abriste la puerta tú, colega. No te encontré tan distinto. Sonreías. Estabas desnudo sobre el paisaje completamente blanco de tu apartamento.

“¿Qué haces aquí?”.“Lamento que Cynthia esté molesta conmigo”, dije,humildemente. “¿Cynthia? Esa idiota regresó a Londres hace cuatro años. ¿Quieres ver a Yoko?”, señalaste hacia el otro extremo. Yoko estaba en la cama, frente a los ventanales, con sonrisa de Gioconda. Era la primera vez que la veía sonreír. Tu influencia. Las personas ejercemos influencia sobre los demás. La misma mujer es otra al lado de un hombre diferente. “Estamos esperando un hijo –dijo ella, nada más verme–. John está haciendo té, ¿quieres?”.

Me marché sin despedirme. Al salir me sorprendió encontrar varios coches de policía frente al edificio. El portero cubano lloraba. “Ya nada será posible. Ya nada, nunca más”, dijo. Había un charco desangre sobre el que la gente arrojaba rosas. Fui directo al hotel y me acurruqué bajo las sábanas junto al cuerpo cálido de Yoko, que seguía dormida.

“De modo, mister Paul, que el 8 de diciembre de 1980 es,según sus propios cálculos,el día en que comenzó su neurosis”, preguntó el terapeuta. “Yo no lo veo así –repuse–. Lo que comenzaron ese día fueron las bifurcaciones”. Yoko y yo nunca tuvimos hijos. Solía decir que era una disyuntiva: hijos o arte. Eligió lo segundo. Fue en esa época cuando hizo el gran mural de Times Square, el techo de las Naciones Unidas, el mosaico delos Inválidos de París. En su entrada de Wikipedia se afirma que es la artista conceptual más famosa del mundo. De nosotros, nadie se acuerda. Allá donde voy, soy el marido de Yoko. Míster Ono .A pesar de que ya no. Hace mucho que ya no. Me abandonó del mismo modo en que me eligió. Tenía que ser así.

Sé a dónde fue, por eso te envidio. Sin reproches, como si hubieras cobijado un pájaro que huye de mí para caer en tus manos. En ocasiones, sin embargo, siento que ella sigue conmigo,la oigo respirar en mitad de la oscuridad,siento su calor en su lado de la cama.Otras, pongo la televisión y aparece un hombre que lleva tu apellido y tiene sus rasgos, lamentándose del infierno que vivió aquella noche en que asesinaron a su padre.

En las revistas veo a veces a la artista conceptual más famosa del mundo paseando bajo los árboles otoñales de Central Park junto a otra sombra. Dos seres encorvados vestidos con ropa informal, las cabezas cubiertas por anónimos sombreros,echándole migas de pan a los patos del estanque. De regreso, entrelazáis las manos octogenarias. Nadie imaginó que podíais envejecer juntos cuando solo enloquecíais juntos. Lo más normal era que ella se aburriera también de ti.Todo el mundo es aburrido, John, si le tratas el tiempo suficiente.

Algunos periódicos anuncian desde hace semanas que The Beatles ofrecerán un último concierto en el Radio City Music Hall, en Nueva York, muy pronto. Entradas agotadas. Precios astronómicos en la reventa. Titulares clónicos: “La banda de Liverpoool reaparece 40 años después”. Yoko estará allí, entre bastidores, controlando. Su nuevo marido, 20 años más joven, es el empresario del teatro. A pesar de todo,no hay que preocuparse. No se teme nada al final del camino. Solo la soledad.Como cuando marcas un número de teléfono después de mucho tiempo y de pronto te das cuenta de que había un dígito equivocado, y comienzas a preguntarte quién se encuentra al otro lado de la línea. A qué extraño has contado tus secretos más íntimos.


++ Lo que realmente pasó: John Lennon y Yoko Ono se conocieron en 1966, cuando el músico estaba casado con Cynthia. Se casaron en 1969 y tuvieron un hijo, Sean, en 1975. El 8 de diciembre de 1980, el músico fue asesinado en la puerta del edificio neoyorquino donde vivían, el edifico Dakota, por un fan, Mark David Chapman. Paul se casó con Linda Eastman también en 1969 y tuvieron tres hijos. Ella murió a causa de un cáncer de mama en 1998.

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