En 1967 Málaga fue elegida para rodar la malograda película de la banda 'Las sombras de la personalidad', un proyecto que le había sido encomendando a Michelangelo Antonioni en plena fiebre por Blow-up y que finalmente fue desestimado por los problemas de agenda del grupo. Utopía delirante y estelar
Aparece como un recuerdo translúcido, desgreñado, casi partícipe de una dimensión en paralelo, con esa eternidad burbujeante que adquieren siempre los proyectos que se abandonan antes de empezar. En este caso, dormido entre papeles con huellas de carmín y la marca enciclopédica de los beatlemaniacos, especialistas, como buenos y entusiastas biógrafos, en separar la paja del maizal. De todas las aventuras del cuarteto de Liverpool en la Costa del Sol, incluida la de John Lennon con Brian Epstein en Torremolinos, con sus chanzas homoeróticas posteriores, quizá sea la más pura y la más indeleble. Tan extraordinaria comoinconclusa.
De haberse llevado a cabo el rodaje de Las sombras de la personalidad, frustrado por una de esas indecisiones que atacaban a la banda cuando se sentía manoseada por demasiados directivos al mismo tiempo, la provincia se habría convertido en un lugar de peregrinaje y en escenario de un momento raro y monumental, parecido, en su gracia mancomunada, a las tardes en la que Borges invitaba a Bioy Casares a echarse unos cuentos mientras le pegaban a la botella de grapa en el salón.
A finales de 1966, el productor Walter Shenson y el propio Epstein andaban como locos en busca de una nueva película para la banda. Y, además, no querían cualquier cosa. Ni siquiera una prolongación de las fantasmagorías pseudo-oníricas que habían inundado los dos filmes anteriores, A hard day´s night y Help. Esta vez Shenson pretendía que los Beatles no fueran los Beatles e interpretaran algún papel. Y había pensado en la Costa del Sol y en un despliegue por todo lo alto, con la participación de otro grande, el director Michelangelo Antonioni, que acababa en ese momento de rodar Blow-up.
Durante varias semanas, las mismas en las que el cuarteto se encerraba para terminar de perfilar el histórico Sgt. Pepper's Lonely Hearts Club Band, los productores se afanaron por definir el proyecto, que en un principio fue bautizado con el nombre de Beatles 3. Shenson, particularmente obsesionado con la idea, propendía a la perfección; hasta el punto de no conformarse con el guión y tirar de talonario para confeccionar un equipo estelar. Si a Richard Lester, el director de los dos filmes anteriores, se le quiso suplir con nada menos que Antonioni, tampoco se fue a la baja con el escritor. Incluso, se contactó con el dramaturgo Joe Orton, que en esa época era lo más cotizado en el imperio menguante de su majestad.
Emisarios con corbata y flequillos aplastados llamaron a la puerta del director italiano. Puede que incluso recorrieran Málaga y Torremolinos, un lugar que la banda conocía sobradamente. Especialmente, John Lennon, que había venido con Brian Epstein en un verano tan simpático como resacoso a la vuelta, con las costillas de un pinchadiscos volando por el aire de Liverpool por insinuarle al cantante que había viajado a la provincia de luna de miel.
La película que se preparaba para la Costa del Sol partía de un personaje, el propio Lennon, que sufría una especie de síndrome múltiple de desdoblamiento de la personalidad. Los otros tres integrantes del grupo, como si se tratara de una lectura freudiana de los royalties y la popularidad, interpretaban cada una de las identidades que el artista abrazaba en su delirio musical. Con estapremisa, Antonioni y Málaga, el éxito parecía asegurado. Pero a la banda, que acabaría grabando otras tres películas, le estaba empezando a cansar el peaje sesentero que tenía el cine para las estrellas del rock. Además, la agenda, atrincherada en el inminente lanzamiento del siguiente álbum de estudio, no les permitía enrolarse bajo una dirección tan exigente como la de Antonioni.
El proyecto pasó a sestear eternamente en un cajón. Como aquella otra película sobre El señor de los anillos que Stanley Kubrick se negó a dirigir o el guión de Los Tres Mosqueteros, para el que Lennon había pedido a Brigitte Bardot, quizá en un acceso de lucidez en el que comprendió que el hippismo no está reñido con lo bueno y que las francesas también saben bandear con lustre entre las flores y el símbolo de la paz. Málaga se quedó esperando. Quizá ajena a ese ejército de modernos que estuvo a punto de venírsele encima, de cada casa lo más inmortal.
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