El francés David Foenkinos se anima a recrear la voz del Beatle y lo lleva a realizar grandes confesiones en dieciocho sesiones con un psicólogo.
Una biografía es un espejo cuyo reflejo puede ser bastante real o estar muy distorsionado. Y en las autobiografías estos extremos pueden potenciarse. En definitiva, una biografía es también una obra de ficción, con más visos de realidad que otras obras, claro, pero con la que también tenemos que pactar para creer (o hacer de cuenta que creemos) todo lo que dice.
Y el libro Lennon, del francés David Foenkinos, publicado por Alfaguara, nos pone en aprietos en este sentido, porque no se trata ni más ni menos que de una biografía ficcionada del líder de The Beatles, pero el trabajo del autor es tan bueno (tanto por la información que ofrece como por la forma en la que logra hacernos creer que es Lennon quien habla), que caemos en su trampa y terminamos oyendo la voz del creador de Imagine.
Dieciocho sesiones ante un psicólogo, tomadas (en la ficción, claro) entre el 21 de septiembre de 1975 y el 7 de diciembre de 1980, son la excusa para que Foenkinos haga que el Beatle repase su vida.
El tono que logra Foenkinos es el de un admirador de The Beatles, pero no el de un fanático acrítico. “Sólo me digo que mi energía pacifista es el fruto de mi violencia”, dice este Lennon ficcionado en una de las sesiones, y esta frase es una buena síntesis para entender por dónde encaró Foenkinos la construcción del personaje y desde dónde lo hizo hablar.
La relación con los padres, con su tía, con George Martin, con los demás integrantes de la banda (especialmente con Paul), con el maharishi. El alcohol y las drogas. La música y, especialmente, Yoko Ono. Y lo peor de todo: su violencia.
Foenkinos nos convence de que es Lennon quien habla, pero sin pasiones extremas, por el contrario, ha logrado que sea una persona quien realice sus confesiones ante el psicólogo, y no un ícono de la música, un ídolo de millones, un mártir del rock.
Y un detalle final que hace más exquisita aún la lectura: la traducción es de César Aira.
Alejandro Frias
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