domingo, 17 de noviembre de 2013

Ringo Starr y la gran Costa del paraíso beatle

El batería fue el más fiel a la Costa de todos los miembros de la banda que visitaron la provincia

El artista se hospedó por primera vez por su cuenta en la Costa del Sol en 1966, después de pasar ocho días con John Lennon en Almería.Lo que más me gusta en esta vida es mirar cómo vuelan las moscas mientras me fumo un buen cigarro». La frase, recogida por sus amigos, la pronunció Ringo Starr en su primera visita a Málaga y viendo la manera en la que se las gastaba el músico en esa época, tan indiscutiblemente pilosa, aunque también peluda, resulta sencillo adivinar a qué tipo de cigarro se refería. Lo raro, lo rematadamente raro, es que todo eso sucediera aquí, donde por más que se obstinaran las suecas, todavía era más fácil estar familiarizado con la férula y las tardes enlutadas que con los mismísimos Beatles.
En octubre de 1966, Ringo se asomaba en el aeropuerto a un cielo que no era el suyo, aunque bien pertrechado por objetos que le recordaban a su mundo de Liverpool. El primero, el Rolls Royce de John Lennon, que rugía como una bestia exótica en la pista. Ese día, en el trayecto que le llevaba desde el aeropuerto a Almería, el batería, difuminado doblemente por las gafas de sol y el cristal de la ventanilla, vio pasar a la carrera las calles de una tierra que le sería bastante cercana en el futuro. La balconada lujosa del Miramar, la sombra escarpada de Gibralfaro, en el camino a un viaje que le traería de vuelta poco tiempo después para conocer Torremolinos, el barrio de pescadores que tanto había encandilado al productor Brian Epstein y a sus compañeros de grupo.
Ringo se convertiría con los años en el beatle más fiel a la Costa del Sol, con inversiones y hasta cinco visitas entre los 60 y los 90, si bien en un tono pretendidamente discreto, sin los excesos mamporreros de su amigo John, el patriarca del grupo –Lennon llegó a romperle la mandíbula a un pinchadiscos por insinuar a su regreso a Inglaterra que había venido a Málaga para mariposear en plan burlesque con su amigo Epstein–. El batería, de exageraciones más íntimas, puso la mayor parte de su empeño en pasar desapercibido. Incluso con triquiñuelas de espía, como cambiarse de nombre y amenazar con largarse para siempre si le hacían una foto.
A partir de los setenta, más atemperado en sus costumbres, Ringo se obcecó en ser un turista y en sus visitas a la Costa del Sol pedía casi a gritos que le dejaran en paz. A él y a los suyos, que le acompañaban a todas partes como si fueran su comparsa de epígonos. En 1978 estuvo a punto de marcharse para no volver cuando una excursión a la playa fue interrumpida por un ejército de fotógrafos, que le atosigaron hasta el punto de hacerle cargar en plan pelele a uno de sus hijos y atravesar a las bravas el paseo marítimo. Por fortuna, la expectación levantada por el artista remitió. En gran parte impelida por los compañeros más adustos de la prensa, que no estaban dispuestos a que el excesivo celo de la división rosa acabara por alejar a un turista de los que daban juego y publicidad al destino.
Aquella primavera, Ringo no se fue. Permaneció dos semanas en el Marbella Club e, incluso, se acercó con su familia a comer como un bendito. Un beatle paseando en la Costa. Con la mirada quizá puesta en la modorra de las puestas del sol y las láminas de mar que diez años antes le inspiraron en el yate de Peter Sellers su mayor éxito con la banda, Octopus´s Garden. En esos días de toalla y mondadientes, Málaga no era Cerdeña, pero tampoco el músico era el mismo al que la prensa reconocía en los sesenta como el más pacífico y ligón de toda la familia del cuarteto de Liverpool. Ringo, sin duda, componía en Marbella, pero de un modo poco frenético, repanchigado en los algodones de una fortuna que le permitía compaginar discos en solitario con viajes en busca del paraíso.
Cuando tocaba Málaga, lo cual a partir de los ochenta sucedía muy a menudo, el músico no se podía quejar de falta de compañía. En 1982, con toda la gran jarana del fútbol, coincidió en la provincia con una nómina de rockeros encabezada por Rod Stewart. Tantos como para formar una super banda. El batería, sin embargo, tenía otro proyecto, que fue filtrado a la prensa por las autoridades turísticas. Ringo buscaba parcela para edificarse una mansión y se gastó cerca de treinta millones de las antiguas pesetas en una parcela situada cerca de Los Monteros, con Steward y los Ruidrejo en su radio de vecinos. El artista vino una de las veces incluso de incógnito con su hijo para asistir a la colocación de la primera piedra. Incluso se especuló con una fiesta de inauguración en 1986 en la que se esperaba la presencia de numerosas celebridades. Fue antes de que el batería y su mujer, la actriz Bárbara Bach, acudieran a clínicas de desintoxicación. Y de que los Giles se desanudaran la faja para tapar la historia lujosa del turismo.
Lucas Martín

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