Para muchos, a los 71 años, Paul McCartney debería estar haciendo lo que hizo en Kisses on the Bottom, su disco anterior: clásicos de otra época, tocados y cantados a todo lujo. Pero al ex beatle le sigue gustando renovarse, y acaba de editar un álbum para el que reunió un poker de modernos productores de lujo. El resultado es New, un disco que suena vigoroso e inusual, pero en el que siempre hay lugar para melodías beatle, e incluso el Maestro Mayor de Canciones que es McCartney se da el lujo de esconder también una nueva canción de amor.
Lo malo de un nuevo disco de una superestrella de rock es que más o menos uno sabe con qué se va a encontrar. Después de veinte años de carrera, es muy difícil que un artista que fue innovador en su momento pueda gestar alguna novedad en una trayectoria que ya está amortizada, y que sobre todo ha labrado un surco en la mente de un público reacio a los cambios. Sin embargo, Paul McCartney rompe esa posible regla. Es obvio que no se trata de cualquier superestrella, y es difícil que siquiera tenga un par sobre la Tierra. Ya no es solamente el mérito de haber formado parte fundamental de The Beatles, sino que a Paul se le computan más de cuarenta años como solista o como miembro de Wings, que es casi lo mismo. Y ahora vuelve a sorprender con New, su flamante trabajo, que apela a lo más avanzado de la tecnología de grabación, sin perder un estilo que de tan conocido parece olvidado.
Pero lo que se espera de Paul es algo acorde con sus años (71 y contando), como lo que hiciera el año pasado: Kisses on the Bottom, un disco de lujo en el que el nativo de Liverpool se regocijaba en su amor por las viejas canciones de jazz, pasión heredada por vía paterna. Lo produjo el veterano Tommy Lipuma (George Benson, Anita Baker, Barbra Streisand, Miles Davis, y muchos otros), quien rodeó a Paul de Diana Krall y su banda, que protegieron con sutileza su actual registro quebradizo. A lo grande, Paul se dio el gusto de cantar enormes y pacíficos standards del jazz y de agregar dos canciones de su propio pecunio: “Only our hearts” con la brillante armónica de Stevie Wonder, y la bellísima “My Valentine” con Eric Clapton en guitarra, que merece un lugar entre sus mejores canciones. Después de eso, Paul debería haberse tomado un año sabático, sin viajes, salvo a alguna locación que lo proveyese de su clima favorito y paisaje de su elección, para disfrutar de la vida y jugar con los nietos, esos niños de sus niños que simplemente lo llaman “grandad”, ignorando que se encuentran frente a un monumento viviente. “Ustedes no saben nada de eso”, le dice McCartney a una periodista sorprendida por lo que él llama “sus vacaciones secretas”.
Sí, Paul hace de abuelo, se ensucia con arena y se deja broncear por un sol que tampoco le hace distingo alguno. Y además tiene tiempo de militar a favor de la comida vegetariana, proteger animales, aplaudir a su hija Stella en los desfiles de moda de la indumentaria que ella diseña, participar en documentales de amigos (como hizo con Klaus Voorman, dibujante y bajista que conoció en los tiempos de The Beatles en Hamburgo), contestar preguntas por Twitter, ser invitado en programas de televisión o tocar de improvisto en Times Square. El rock se pensó a sí mismo como una música de jóvenes que enviaría a los abuelitos al geriátrico, pero que tendría el corazón permeable a visitarlos una vez por semana. Nunca previó que sus máximos exponentes llegarían a ser ancianos, salvo por el propio Paul, que se imaginó a los “sixty four” en 1967. Y ahora el rock se ve sorprendido por vejetes que les usan los instrumentos, las tecnologías y las redes sociales.
POKER DE PRODUCTORES
He aquí el problema: el rock no estaba preparado para esto, sino para una renovación constante. Paul McCartney ha resultado, simplemente, el más peligroso de todos estos gerontes rockeros que, como si fuera poco, experimentan un renacimiento a medida que se ponen más grandes. Es como el Alzheimer pero al revés: recuerdan todo y aprenden rápido. O tienen buenos productores. Y Paul encima posee el descaro suficiente como para hacer un disco titulado New, con una tapa que de tan simple es vanguardista; nueve tubos fluorescentes, seis de un color y tres de otro, ubicados vertical y horizontalmente en grupos de a tres formando la palabra “new”. O sea: nuevo. La inspiración proviene del trabajo del artista conceptual-minimalista Dan Flavin.
Fueron cuatro los productores que trabajaron con Paul McCartney en este disco: Mark Ronson, Paul Epworth, Giles Martin y Ethan Johns. Cada uno tiene sus propios pergaminos. Ronson, estrella por propio derecho, produjo Back to black, la obra maestra de Amy Winehouse, y trabajó con Lily Allen, Duran Duran, Christina Aguilera y Robbie Williams. “En mi casamiento con Nancy, lo tuvimos de DJ y nos hizo bailar hasta las tres de la mañana, de manera que ya le conocía el gusto”, cuenta McCartney, soslayando que Ronson es quizás el productor más reputado y caro de la actualidad. Paul Epworth, en cambio, fue el arquitecto detrás de 21, el segundo disco de Adele y trabajó con Bruno Mars, Florence and the Machine, Foster the People, Maximo Park, Bloc Party y Friendly Fires. “Nos juntamos a conversar y a la hora ya estábamos en el estudio, Paul tocando el bajo y yo la batería. Fue uno de esos momentos en que uno se pellizca para ver si no está soñando”, confesó Epworth.
Tanto Ethan Johns como Giles Martin son “hijos de”: el primero tiene como padre a Glyn Johns, ingeniero de sonido en muchos discos de The Rolling Stones, que también trabajó con The Beatles en el nefasto proyecto Get Back. Johns padre tuvo la ingrata tarea de intentar cohesionar esas grabaciones hechas para la película que después se llamó Let it Be, y sus esfuerzos no lograron satisfacer el oído beatle. Después se vengó rechazando trabajar con Paul solista, quien por lo visto no tuvo rencor y contrató a su hijo, que colaboró con Laura Marling, Ryan Adams, Kings of Leon y The Vaccines. Giles Martin, aparte de ser el hijo del legendario George, fue productor de Kula Shaker, INXS, Crowded House y Elvis Costello, entre otros.
Cada uno de los productores trabajó con su propio método, y Paul aceptó a todos. Pensaba que durante el transcurso de las grabaciones se iría revelando quién sería el productor adecuado para el disco que quería hacer, pero se encariñó con todos y se quedó con los cuatro. Lo más interesante es que el disco no suena “tupacamarizado” o dividido, sino que conforma una unidad coherente y, sobre todo, moderna. Si hay algo que le preocupa a Paul McCartney desde hace mucho es sonar actual y no parecer un abuelito que se quedó en los cuatro canales y que extraña los tiempos de las válvulas y las cintas.
EL HOMBRE NEW
“Nuevo” es una palabra irónica para un septuagenario. Suena a viejito canchero que se saca la chomba del pantalón una noche de calor en Palermo Soho. Paul McCartney sabía que era una provocación, pero con semejante nombre tenía que estar a la altura. Sin embargo, además del significado “novedoso”, nuevo, en este caso, tiene que ver con un proceso que parece atravesar sus últimos tres trabajos de estudio con canciones propias.
Driving Rain fue el disco que dio cuenta de los turbulentos días junto a su segunda esposa, Heather Mills. Manejar bajo la lluvia, tal la traducción del nombre, puede ser un placer como también un peligro, y la relación con Mills probó ser ambas cosas. Tras convertirse en viudo por la muerte de Linda Eastman, su primera esposa, madre de sus hijos, Paul se sintió desesperado a tal punto que creyó haber caído presa de una maldición, y sin Linda, esa desprotección se le convirtió en una depresión fulminante, de la que salió gracias a sus hijos y también a su nueva novia de aquel entonces. Run Devil Run, su disco de rock and roll de 1999, fue un exorcismo eficaz y Driving Rain buscaba contestar a la pregunta: después de tal pérdida, ¿qué quedaba de Paul McCartney? ¿Quién era el ex beatle en los 2000? Respuesta: un músico moderno que formó un sólido grupo de acompañamiento, y bien producido por David Kahne, también probó que su talento no permanecía congelado en la estética beatle.
Ya en plena disolución de su matrimonio, Paul McCartney grabó una obra de arte: Chaos and Creation in the Backyard, quizá su mejor trabajo sin The Beatles. Nigel Godrich (Radiohead, Travis, Beck) fue el mejor y el peor productor que Macca pudiese tener; uno que lo hizo trabajar a cara de perro y le sacó lo mejor. También le sacó canas verdes, pero lo llevó a alturas compositvas superlativas. También era el comienzo del fin de su relación con Heather Mills. Memory Almost Full, de 2007, es la conclusión de aquel período judicial, del que Paul salió airoso y con la gente de su lado. También era una advertencia: tener la memoria casi llena significa estar al límite. Por eso, a lo mejor, volvió a la comodidad de trabajar con David Kahne, y editó un disco en donde sonaba melancólico y enérgico a la vez. Mucha gente, de esa que habla por reflejo pavloviano, desconoce que fue otro álbum brillante donde Paul se animaba a experimentaciones deliciosas como la de “Feet on the Clouds”, y también enfrentaba su mortalidad con “The End of the End”: En el día en que muera/ me gustaría que suenen las campanas/ y que canciones que se cantaron/ cuelguen como frazadas/ sobre las que los amantes han jugado y amado/ mientras escuchaban las canciones que se cantaron. Mucha poesía, pero el hombre hablaba del final de la fiesta, y para disipar un poco la seriedad, resolvía su disco con un tema ruidoso titulado: “Nod your head”. Que significa asentir con la cabeza, decir que sí: aceptar.
EL HOMBRE QUE SIEMPRE ESTUVO
Después vinieron nuevas giras, una nueva novia, Nancy Shovell, que había conocido a Linda y que además había padecido el mismo cáncer y que, como ella, tenía una fortuna propia y no requería la de Paul. Y se casaron. Y en vez de comer perdices (porque son vegetarianos), tuvieron una luna de miel que quedó reflejada en la delicadeza de Kisses on the Bottom. Pero es en New donde McCartney realmente le puede decir que le cuesta pronunciar las palabras “te quiero”, pero que igual deja testimonio de lo mucho que ella significa para él. Lo hace al final de New, en una canción oculta, sin nombre, solo al piano, como si jugara a ser Elton John. Una confesión con la luz apagada, por parte del hombre que más veces se animó a poner “I love you” en temas para mujeres imaginarias o no.
El resto de New navega entre rocks vigorosos e inusuales como “Save us”; la melancolía beatle de “New”, con su coro de peluqueros al final; el recordatorio medio rapeado a Heather Mills con “Queenie Eye”; la remembranza de los tiempos beatles en “Early Days”, que se convierte en rezongo: Ahora todo el mundo parece tener una opinión/ sobre quién hizo esto y quién aquello/ Pero yo no sé cómo pueden recordar/ Cuando no estaban donde había que estar. New ofrece sorpresas en cada canción a los que todavía siguen pensando que McCartney se quedó en Band on the run, pero tampoco se aparta del camino que señalizara durante los años 2000. Se podría decir que existe un sonido Paul McCartney 2000, que contiene ingredientes puestos en valor por los que todo el mundo lo conoce, o sea “ruiditos beatle”, y también una saludable tendencia a la exploración de ritmos y texturas sónicas. “Appreciate” es una canción construida en torno de un groove pesado como los que amagó hacer Oasis en su último disco; “Everybody out there” pone en primer plano su veta electrónica y deforme, desarrollada con “The Fireman” (dúo con el productor Youth), a la que arruina con coros “ho hey ho!”.
Al igual que en sus últimos trabajos, Paul McCartney no tiene nada que envidiarle a nivel modernidad a ninguno de sus pares, o a cualquiera de los artistas mainstream de hoy. Suena actual, divertido y moderno, aunque no apendejado. Igual, Macca no va a trascender en los rankings, que hoy se atragantan de hip-hop de diseño, pop de alto impacto mediático y electrónica para las masas. Paul tiene algo de eso, pero lo diluye en torno de su propia leyenda y su talento reconocido como Maestro Mayor de Canciones. Lo interesante en este caso es ver cómo un artista de su estatura se somete a la opinión de otros cuatro tipos y acepta que eso va en pos de una música mejor.
New es un Paul que ha aprendido la lección de que cuando se despoja de su autoridad histórica es cuando mejor le salen las cosas. No es nada nuevo en su caso, pero continúa siendo una novedad ante tanto musiquito caprichoso que se emperra en que le reconozcan el título de campeón mundial. La humildad verdadera es para los verdaderamente grandes.
Sergio Marchi
No hay comentarios:
Publicar un comentario