sábado, 12 de octubre de 2013

Yoko Ono, la bruja expiatoria

Circula por Youtube la primera entrevista que John Lennon y Yoko Ono concedieron a Dick Cavett en su show en la ABC estadounidense, allá por septiembre de 1971, durante la promoción del disco Imagine. Resulta conmovedor ver a un Lennon brillante, agrio, histriónico y mordaz, pero también nervioso, inseguro, tímido. Algo impropio de quien ha sido, y quizás seguía siendo por aquel entonces, la mayor estrella musical del firmamento (con permiso de Paul).
Lennon y Cavett llevan el peso de la entrevista con un genial duelo de agudezas. Sin embargo, no están solos. Allí, discreta en un segundo plano, con intervenciones esporádicas, se sienta una japonesa de pequeño tamaño. Resaltan los ojos enamorados con que mira a su John durante toda la entrevista, la forma en que lo apoya en su hemorrágico discurso, ese paso atrás con el que humilde le dice sin hablar ‘ok, eres la estrella, eres el p... John Lennon: adelante’, como una Letizia Ortiz mordiéndose la lengua para no interrumpir a su real marido. Hasta que llega el minuto 25. Es entonces cuando emerge la gran Yoko Ono.
Dick Cavett, un hombre extremadamente amable, risueño y educado, se ofrece a ayudarla a encender su cigarrillo. Ella le corta con un suave pero cortante “no gracias”. Frente a una audiencia de millones. El anfitrión, sorprendido, le concede la palabra para que aclare su postura. “Como mujer”, le explica, “me parece una tontería tener que esperar a alguien [que lo haga por mí, dice con gestos]...”. Palabra de Yoko.
Quizás no lo parezca por aquella velada entrañable que Dick Cavett les ofreció aquel septiembre de 1971. Pero no se engañen por la suavidad del momento: el mundo no debió de ser un lugar especialmente fácil de habitar para Yoko Ono entre 1969 y 1973. Resultaba relativamente sencillo sentir rechazo por ella. No es especialmente agraciada (al menos desde los cánones occidentales); su voz es estridente y, quizás por no ser su lengua nativa, no terminaba de hacerse entender cuando hablaba inglés (peor era cuando hablaba japonés, claro está).
Además, su arte resultaba difícil de comprender (sigue siéndolo) para el público en general: a diferencia de artistas convencionales como, por ejemplo, la banda que fundó su tercer marido, Ono no se basaba en la habilidad para componer o interpretar. Para ella, lo importante era el concepto, la idea. Su chirriante música, rayana en el expresionismo, era además lo más opuesto que se pudiese imaginar a los melódicos Beatles.
Por si esto no fuese poco, Ono nunca rehuyó los focos y disfrutó del altavoz público y la fama que le brindó Lennon. Nunca dudó en opinar en asuntos de la banda, o a la hora de tomar el micrófono y ponerse a cantar en los ensayos del disco Abbey Road. Puestos a elegir el público prefería la discreción y suavidad de Linda Eastman (posteriormente Linda McCartney), o la belleza sin paliativos de Patty Boyd. Yoko Ono irrumpió en la vida de Lennon en un momento en que el grupo más famoso del planeta se rompía con estrépito, delante de la mirada de todo el mundo. Y lo hizo dando un paso al frente.
Nadie en su sano juicio podría pensar que una sola persona podía acabar con un monstruo de la talla de los Beatles. Pero así fue: todos lo pensaron. Nacía Yoko Ono, la bruja.
A finales de 1968 y durante 1969, la época en la que se hizo público el compromiso entre ambos, los Beatles seguían siendo un torrente de creatividad, pero la dinámica interna se había roto. Paul McCartney y su incansable profesionalidad se había hecho con las riendas del grupo, no sin el disgusto de los otros miembros. Lennon en cambio, tenía escarceos más serios con las drogas, además de su proverbial tendencia al gandulismo. Aún así, no podía permitir que a su grupo lo gobernase otro. O él o nadie. La solución, romperlo.
Su amor por Yoko Ono se convirtió en la gran excusa, la agarradera a la que se aferró. Él la impuso en el día a día de la banda, quizás inconscientemente, a modo de golpe en la mesa para demostrar quién era el jefe: ya que no podía vencer por canciones, marcaría territorio rompiendo las viejas reglas que habían regido. Cada acto de la pareja parecía pensado para fracturar más al grupo. Como aquella contraportada del disco Two virgins, en el que posan desnudos. Luego vendría lo de instalar una cama en el estudio 1 y usarlo para recibir visitas. Ono fue el camino que Lennon escogió para escapar de los Beatles. Probablemente, de no haber existido ella habría escogido otra vía. Pero el resultado habría sido el mismo. Y ella se dejó llevar, participó activamente en esta táctica. Y disfrutó con ello.
Los especialistas no pintan de ella un retrato favorable: hablan de una mujer posesiva, asfixiante, difícil. El periodista Julián Ruiz ha relatado profusamente cómo Lennon trató de soltar amarras en 1973 y lo logró durante año y medio durante el llamado fin de semana perdido, hasta que volvió a caer en la red de Ono (nada que ver con la fibra óptica)*; o cómo maniobró para que detuviesen a McCartney en Tokio en 1980. Andrew Goldman, en su polémico libro Las muchas vidas de John Lennon, la acusa de ser manipuladora y de sentir celos de la fama de su marido. Incluso Bob Spitz en una extensísima biografía de 2005, muestra una especial inquina contra ella y su intrusismo en la banda.
Su relación con Lennon ha sido la obra por la que pasará a la inmortalidad. Ono, sin embargo, ha mantenido una destacada carrera artística por sí misma. Es más, su vida está tardando demasiado en ser llevada al cine. Es hija de un banquero-pianista, y nieta del fundador de uno de los mayores conglomerados financieros imperio japonés prebélico. Su infancia fue algo solitaria: no conoció a su padre hasta los dos años a causa de su traslado a San Francisco, y su madre estaba demasiado ocupada alternando con la la sociedad. De vuelta a Japón con cinco años, estudió junto con Aikhito, el actual emperador, y recibió la educación que se le supone: piano, arte, canto… Los bombardeos sobre Tokio llevaron a la familia a huir de la ciudad, y pese a su fortuna, llegaron a mendigar comida.
Con 19 regresaría a EE UU. Prosiguió sus estudios musicales y se enamoró de la avant garde y de la música de Schönberg, además de de su primer marido, Toshi Ichiyanagi. Renunció al dinero familiar para ganar en independencia y lentamente, su loft en Manhattan se convirtió en uno de los polos culturales de la ciudad: John Cage lo usaría incluso para impartir clases. De aquella época datan sus primeras obras conceptuales, que más tarde se recogerían en el libro Grapefruit. En 1961 llevaría a cabo su primera exposición en solitario. Ese mismo año, sin embargo, las cosas comenzaron a torcerse: primero se rompió su matrimonio con Ichiyanagi; más tarde, obtuvo un sonoro fracaso en una de las salas del Carnegie Hall. Volvió a Japón a tratar de salvar lo que quedase de su matrimonio y lo que encontró fue más críticas y una depresión que la llevó a ser internada y tratada con fuertes sedantes.
Entonces aparecería en escena su segundo marido, el promotor y músico Anthony Cox. Él la salvó del psiquiátrico y la devolvió a Nueva York. Su carrera artística volvía a estar en marcha, gracias en parte a sus colaboraciones con Fluxus. A cambio, su relación volvía a romperse, no sin antes dar su fruto: Kyoko, fuente de futuros desvelos, nacería en 1963. Tres años después llegaría el punto de inflexión. Se trasladó a Londres para participar en un simposio, en el que, esta vez sí, cosechó críticas favorables con Cut piece, una obra en la que ella se sentaba en un escenario y el público podía subir al escenario a cortarle retazos de su ropa.
También participará en un exposición en la galería Indica, a la que un feliz día de noviembre acudió Lennon (animado por Paul McCartney). Ese día, Lennon salió impactado por una obra en concreto, una lupa colgada del techo, a la que se accedía gracias a una escalera. Con ella se podía leer la inscripción en el techo: “Sí”. El contacto estaba hecho. El beatlefinanciaría sus obras, leería sus textos. Ella oiría a los Beatles por primera vez. Ono comenzaba a convertirse en una figura del arte conceptual. Dos años después, durante un viaje de Cynthia Lennon a Grecia, comenzaría el idilio entre ambos. Y el calvario público.
El paso de los años y el asesinato del cantante en 1980, sea dicho, han dulcificado su imagen pública. Queda, al final de todo, la gran historia de amor incondicional que protagonizó la pareja contra todo obstáculo, contra las feroces críticas de todo un planeta: juntos lucharon contra el mundo, como bien cantó Lennon en Isolation. Ya se le reconoce también su papel en el arte conceptual y las performances, e incluso se le valora su fuerte personalidad, su lucha por tener su propia voz. Comienza a apreciarse su trabajo humanitario, en favor de la paz y por el respeto hacia la mujer. A sus 80, Yoko ya no es tan bruja.
A ella no le hacía falta, pero hasta el mismísimo McCartney la ha exonerado de toda responsabilidad en el grupo. Aún así, su suerte esté echada. Todos necesitamos un chivo expiatorio de cuando en cuando, y Yoko Ono, probablemente, siempre será para muchos el mayor de todos: la bruja que separó a los Beatles.
Y es seguro que a ella le da igual.
Va, a modo de cierre, una de las canciones de amor más bonitas que se han escrito nunca.
* Epílogo beatlemaníaco: El día de Acción de Gracias de 1974, seis años antes de morir, John Lennon se subiría por última vez a un escenario. Fue en un concierto de Elton John en el Madison Square Garden, en pago a una apuesta entre ambos (Lennon no creía que su canción conjunta, Whatever gets you through the night, pudiese llegar al número 1. Lo hizo).
En aquel momento, llevaba más de un año separado de Ono, en los estertores de su fin de semana perdido. Ella asistió aún así al concierto, y las cámaras captaron su inescrutable mirada durante el show. Pronto volverían a estar juntos.
Su marido interpretó dos canciones más. La segunda fue Lucy in the sky with diamonds,que el propio Elton John llevaría al número 1 en 1975. Para la tercera vino la sorpresa: "Pensamos en una canción con la que cerrar esto", contó Lennon a la audiencia, "para que pueda salir de aquí y ponerme malo. Y pensamos en hacer un número de un antiguo novio mío, con el que ya no hablo, llamado Paul. Nunca la había cantado, es un viejo número de los Beatles y acabamos de aprenderla". La canción elegida sería I saw her standing there, la que abría el primer disco oficial de los Beatles allá por 1963.
Lennon no podía saberlo, pero ésta sería la última canción que cantó en concierto. Y fue una de Paul, su otra gran pareja.
Guillermo Sánchez Vega
Yes, I'm a witch
I'm a bitch
I dont care what you say
My voice is real
My voice speaks truth
I dont fit in your ways
Yoko Ono (I'm a witch)
(Sí, soy una bruja
Soy una zorra,
No me importa lo que digas
Mi voz es real
Mi voz habla verdades
No encajo en tus esquemas)

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