lunes, 14 de octubre de 2013

Paul McCartney, el genio y el ridículo

Muchos no le perdonan a Paul McCartney que no fuese el primero de los Beatles en morir, como aseguraba aquella famosa leyenda urbana basada en 'datos' como sus pies descalzos en la portada del 'Abbey Road'. Pero Paul sigue aquí, con los 70 rebasados y una fortuna que no puede compensar la reputación de blandengue sonriente ni las burlas respecto a su parecido con Angela Lansbury o con otras lesbianas maduras, frente al mito construido en torno al mucho más 'interesante' y maldito John Lennon. Tal vez si su pareja creativa en los Beatles no hubiese sido asesinado en 1980 hoy se le reconocería a él como el verdadero genio del dúo compositor (dejando aparte a George Harrison, por supuesto), capaz de conseguir maravillas melódicas que bordeaban mágicamente lo ridículo ('Michelle', 'Can’t buy me love') del mismo modo que lo hacían las canciones de Brian Wilson.

No es plan de ponerse con casuísticas, pero el propio Paul es el primero en sacarlas al hablar de 'New', el 16º disco de su carrera tras el final de los Beatles y el primero con material nuevo en siete años. A McCartney le gustaría que la gente lo escuchase como si fuese realmente nuevo, como si nunca se hubiese escuchado antes a los Beatles. Un mundo imposible, reconocía hace un par de semanas durante la presentación del álbum en Londres: "La mayoría de la gente ve lo que hago como una continuación de lo que llevo haciendo durante varias décadas. Las comparaciones son inevitables. Lo que sí intento a toda costa es no copiar lo que he hecho en el pasado".

Lo cual es paradójico y bastante desconcertante. Porque, al escuchar 'New' uno de los pensamientos que asalta al oyente es si Paul no querrá quedarse un poco con la gente con el título para justificar su enésimo viaje al pasado. Prueba de ello es la canción que da nombre al disco y que es el 'single' de adelanto de este nuevo trabajo, un 'revival' de 'Good day sunshine', 'Penny Lane' y tantas otras canciones de los Beatles que cae definitivamente en el lado del ridículo para situarse en el mismo saco aburrido de los últimos álbums de 'Macca'.


Una pena, porque, sin entrar ahora a revisar su portentosa creación con el grupo de Liverpool o maravillas en solitario como 'Ram', hay una faceta reciente de McCartney oscurecida por estos otros discos de hilo musical de Starbucks ('Memory almost full'). Es el caso de sus composiciones de música clásica para películas o espectáculos escénicos y de sus proyectos más orientados hacia la electrónica y la experimentación, como sus colaboraciones con Youth (miembro de Killing Joke y productor de Los Evangelistas), por no hablar de su interés por el arte de vanguardia. Algo de eso (poco, es verdad) se puede rastrear aquí.

McCartney ha recurrido a cuatro productores de la edad de sus hijos para arropar las canciones: Mark Ronson (responsable de la recuperación del 'soul' clásico por Amy Winehouse), Ethan Jones (The Vaccines, Kings of Leon), Paul Epworth (Primal Scream, Adele) y, capitaneándolos a todos, Giles, el hijo del mítico George Martin. Él está precisamente a los mandos de una de las muestras de genialidad (que las hay) contenidas en el disco, 'Appreciate', que se carga de un plumazo toda la tontería de los Kasabian y que funcionaría con cualquier tipo de ropajes musicales. 'Queenie Eye', producida por Epworth, es otra de las joyas que se pueden encontrar aquí, igual que 'Early days', que Paul canta como el Johnny Cash de 'American Recordings' y que evoca de forma sincera y emocionante los primeros días de música y amistad con Lennon en Liverpool.

Del resto, salvo 'Looking at her', poco hay salvable. Precisamente 'Save us', con ese riff a lo Strokes que no tiene ni pies ni cabeza, merece la hoguera, igual que 'On my way to work' y 'Everybody out there', inflada de coros ‘uoooo’ de los peores Coldplay y Arcade Fire. En cualquier caso, mucho mejores en sus peores momentos que las toneladas y toneladas de aquellos jovenzuelos que cada año aspiran a ser estrellas del pop y bajar la ropa interior de las 'groupies' usando -sin confesarlo, claro-, las mismas armas del viejo Paul.

Darío Prieto

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