La primera vez que escuché a los Beatles fue el 7 de julio de 1976, el día que cumplí 13 años. Era un disco de vinilo, que me regaló mi madre. La primera canción era She loves you, y cuando empezó a sonar supe que eran algo distinto de todo lo demás.
Desde entonces mi "viaje Beatle" se ha desarrollado a través de numerosos discos, libros diversos (recomiendo Shout, de Philip Norman) y peregrinaciones inevitables hacia el Dakota Building (Central Park West y 72) cada vez que viajo a Nueva York.
Pero acabo de hacer una de esas cosas que siempre se dicen pero que generalmente no se concretan: regalarme un viaje a Liverpool. Y me gustaría transmitir algo de ese periplo sentimental.
Es difícil ir a aquella ciudad sin que el motivo sean los Beatles, y ellos lo saben muy bien. Entonces lo primero que se encuentra es que el aeropuerto se llama "John Lennon", y que el cartel de bienvenida reza "Above us only sky", una de las frases más idealistas de "Imagine".
Después viene todo lo demás, que es mucho, considerando que han pasado cincuenta años desde que estalló la "Beatlemanía". Y que alcanza para que los fans puedan saciarse de recuerdos de una historia maravillosa.
Está, por ejemplo, el "Magical Mistery Tour", un bus pintado como el de la película de ese nombre, que transita durante dos horas por los lugares clave de la banda, desde los hogares de los cuatro hasta sitios nombrados en sus canciones.
Allí se puede ver que las casas de Ringo y George son de origen bien proletario y que las de John y Paul están en barrios de un nivel un poco más alto, aunque no mucho más. Me impresionó un dato que el guía nos contó frente a la casa de McCartney: "Aquí Paul y John compusieron unas cien canciones". Me divierte pensar que quizás los vecinos se quejaban por el ruido.
El paseo lleva también por Strawberry Field, un hogar para niños huérfanos del Ejército de Salvación que dio nombre a Strawberry Fields Forever. Durante años, John Lennon envió fondos y Yoko Ono hizo gestiones para que se salvara, pero finalmente cerró. Queda el portón de entrada, lleno de nostalgia para todos.
Yo tengo un cariño especial por Penny Lane, una canción alegre y compleja, con una "trompeta piccolo" que Paul tomó de los "Conciertos Brandenburgueses" de Bach. No es sólo una calle, como yo creía, sino toda una zona llamada así. Comprobé con emoción que todavía está la peluquería donde un barbero "muestra fotografías de todas las cabezas que ha tenido el gusto de conocer", como empieza la canción. Y en mi casa ya cuelga un cartel con el nombre de la calle, que compré en una tienda especializada.
El paseo finaliza en The Cavern, la reproducción del sótano horrible (demolido y reconstruido) en el que "tocaron 292 veces", según se dice con precisión británica. Es un lugar lleno de magia (y de turistas) en el que inevitablemente me tomé una cerveza mientras escuchaba a un grupo que hacía "covers" del grupo.
Pero también están "The Beatles Story", la tienda oficial donde se puede comprar todo el merchandising imaginable, y el museo Beatle, donde se transita toda la historia de la banda, desde el grupito en que empezó Lennon ("The Quarrymen") hasta las muestras del impacto de la celebridad mundial de los cuatro muchachos.
Liverpool ha sido para mí un viaje sentimental, que me ha hecho pensar en cuánta frescura y belleza han aportado los Beatles a mi vida. Es algo inconmensurable. Sus canciones, y los recuerdos de este paseo, me acompañarán durante lo que quede de mi viaje mágico y misterioso.
Mauricio Llaver es director de la revista Punto a Punto en Mendoza, Argentina.
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