jueves, 23 de mayo de 2013

Money! That's all I want!

(¡Dinero! ¡Eso es todo lo que quiero!) Es el título de una canción de la década de los 60 que cantaban Los Beatles, que me hace recordar que muchos de nuestros impulsos son guiados por el deseo de ganancias. Muchos de los grandes inventos con los que la humanidad se ha beneficiado -desde la escritura hasta los modernos "android"-, han sido motivados por el deseo de ingresos económicos y no por el amor a la sociedad humana. "Es la avaricia lo que hace que avance el capitalismo o el neoliberalismo", podría decirse de manera cínica y crítica a nuestro sistema económico". ¿Será verdad?
Hace pocos días, dentro de las notas curiosas, me llamó la atención una de ellas, en la que una empresa en Manhattan ofrecía un aumento del sueldo en un 15% a quienes aceptaran tatuarse en cualquier parte del cuerpo y en cualquier tamaño, el logotipo de la empresa. Los gastos del trabajo serían cubiertos por la empresa. La mayoría lo aceptó. La empresa, antes desconocida, tuvo una publicidad gratuita, al aparecer en muchos periódicos su estrategia. Bien vale la pena un pequeño sacrificio a cambio de unos dólares extra.

Por otro lado, en un evento de homenaje a los maestros, realizado en la ciudad, cuyo principal atractivo era la rifa de regalos que serían entregados a los docentes, los afortunados que pasaban a recoger sus premios tendrían que hacerlo después de bailar una alegre cumbia delante de todos. No sé si lo habrían hecho con gusto o sin él, el caso es que muchos lo hicieron: el regalo era tan atractivo que bien valía la pena esa pequeña humillación.

Hechos como éste son inofensivos. Desafortunadamente, la obsesión en muchos de tener dinero rápido y fácil ha sido la causa de que ingresen a las filas de las conductas antisociales, donde el poder y el dinero son lo más importante, más importantes aún que la propia vida.

A nivel social, la crisis europea y, en muchos sentidos, la crisis económica en México, han sido causadas por la avaricia de algunos privilegiados, que cierran los ojos al bien común y a la inteligencia. En otros tiempos, el plebeyo soñaba en convertirse en un miembro de la nobleza algún día y hasta era capaz de arriesgar su vida por el soberano en turno a cambio de un título nobiliario que le diera prestigio entre sus conocidos y desconocidos (muchos cuentos y escritos medievales, giraban sobre este tema). Hoy ya no son los títulos nobiliarios -que acabaron por ser vendidos al mejor postor-, sino el prestigio de una buena posición económica, o un buen vehículo. La difusión mediática de la llamada "Lady de la Roma" hubiera pasado desapercibida, así como la tragedia que provocó, si en lugar de haber conducido un lujoso automóvil, hubiera sido un auto convencional. "El hábito no hace al monje, pero da el pelo (prestigio)", cantaba Serrat hace varios años.

La semana pasada, en el Centro Cultural, durante el foro sobre la Participación Ciudadana, organizado por la Concanaco de Nuevo Laredo, se recalcaban las siguientes ideas sobre la Justicia, donde se nos hizo ver que el concepto de Justicia no ha obtenido una definición que satisfaga a todos, pero que la comparación de Voltaire es lo que lo dejaba más en claro: La Justicia es como la luz, nos damos cuenta de su ausencia cuando no la tenemos. Desde el punto de vista de la Dignidad de la persona, sus acciones serán buenas en la medida en que contribuyan a la supervivencia de la humanidad y malas en la medida en que aceleren su destrucción. Mientras la avaricia se vaya convirtiendo en el patrón de conducta a seguir, aun y cuando esté permitido, el futuro de la humanidad será sombrío. El "spot" de un canal de televisión prevé la extinción de la humanidad en el siglo XXV, mientras utiliza de fondo las imágenes de una guerra. Para muchos puede parecer exagerado que la supervivencia de la humanidad esté en las manos de cada uno, pero esa es una realidad, en la que usted y yo tenemos la última palabra.
padreleonardo@hotmail.com

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