Valentina, alumna del CP Puig d´en Valls, cuida con mimo de la protagonista del Día Mundial de la Paz en su colegio: una paloma blanquísima. La lleva con delicadeza en una preciosa jaula redonda y también blanca en la que el animal picotea un delicioso palito de golosinas para colúmbidas. Ya en el escenario, la coloca bajo las columnas de la plaza, procurando que le dé el sol. Valentina no le quita ojo. Ni siquiera cuando se confunde en la algarabía de sus compañeros ocupando el espacio en el que Carmen, profesora de música, y un técnico de sonido llevan ya un rato preparando la fiesta. También los padres de parte de los niños llevan ya largos minutos intentando ocupar (civilizadamente, de momento) los mejores lugares para no perderse ni un gesto de sus retoños. «¡Uy! Hoy debe estar aquí el ministro de Hacienda...», ironiza un vecino que cruza la plaza, cargado con un cesto payés lleno de verduras.
«Volem la pau! Volem la pau!», gritan los pequeños, ya sentados en el suelo de la plaza (los más listos con sus posaderas sobre las chaquetas y no sobre el frío hormigón). Vestidos todos de blanco y con molinillos de cartón que darían vueltas si el tiempo fuera algo más ventoso. Solo cuando se levantan para bailar la ´Cançó de l´alegria´ y la ´Dansa dels amics´ alguno hace el intento de remolinear.
«Queremos que la paz no sea un deseo sino una realidad», grita desde el escenario Aída, de sexto curso, empuñando el micrófono y ganándose los aplausos de sus compañeros. Los niños escuchan con sorprendente atención a sus amigos. Vicent y Marc, de segundo, están convencidos de que la paz no se conseguirá sin la colaboración «de todos». Paula, de primero, pide que no haya peleas y su compañera Martina, tras superar un pequeño lapsus de memoria, que todos «podamos vivir juntos». Héctor, de sexto, reivindica la paz «como solución a todo» y se pregunta «¿por qué a la gente le gusta vivir así?». No lo dice, pero se nota que en la respuesta que daría él los humanos no saldríamos muy bien parados. Mónica, de cuarto, es mucho más optimista («la paz ha llegado, la paz llegará») mientras que Laia, de tercero, apela a un acto tan sencillo como «pedir perdón» como ejemplo de la no violencia.
La plaza de Puig d´en Valls no es el monumento a Abraham Lincoln ni Juan y Marc, de cinco años, de la clase de los cavalls y los molins, son Martin Luther King pero consiguen emocionar a alumnos, padres y profesores con el escueto y vehemente discurso que han preparado para tan señalada fecha: «¡La paz es guay!». Los aplausos y risas no se hacen esperar y continúan cuando Kin, de tercero, sin ningún pudor, se hace con el micrófono y empieza a cantar el tema que él mismo ha compuesto. «Todo, la letra y la música, es suya», comenta Carmen, profesora de música, que ríe al ver al niño marcando el ritmo con el pie, especialmente en el estribillo: «Viva la pau, ja saps, deixa la violència».
La directora del centro, Edu Sánchez, tiene que hacer callar a un grupo de madres para que se pueda escuchar bien a Raúl, de quinto, que ha descubierto la receta del pastel de la paz. Según el pequeño cocinero, únicamente hay que mezclar 250 gramos de amor, 500 gramos de felicidad, un kilo de paz y un litro de diversión, entre otros ingredientes, para conseguir un dulce con un efecto tan mágico que parecería salido de una clase de pociones del profesor Snape.
¿Quién le iba a decir a Michel Teló que su pegajoso ´Ai se eu te pego´ tendría en Puig d´en Valls una versión sobre la paz titulada ´Vivim en llibertat´? Pues la tiene, y con baile propio. Un chute de energía que contrasta con el minuto de silencio «para pensar en las víctimas de las guerras» que los pequeños cumplen tan escrupulosamente que únicamente se escuchan, a lo lejos, las voces de la media docena de jubilados que juegan a las cartas en el club de mayores del pueblo. El silencio lo rompen los alumnos de sexto interpretando con sus flautas el ´Imagine´ de John Lennon, que le da a Valentina el pie para abrir la delicada jaula blanca y animar a la paloma a que salga volando. Le cuesta un poco, pero tras unos minutos de dudas, sobrevuela la plaza, desde donde la despiden, de pie, con las manos al aire, los centenares de alumnos.
MARTA TORRES
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