miércoles, 29 de julio de 2015

Bob Dylan, los Beatles y la mariguana

El viernes 28 de agosto de 1964 es una fecha crucial en la historia del rock; sin embargo, no se habla demasiado de ella en revistas, en la radio y, mucho menos, en la televisión. Es más: estoy seguro de que la mayor parte de los beatlemanos, que son legión —una legión tan respetable como temida— y que suelen conmemorar con bombos y platillos hasta el día en que le brotó su primer diente de leche a John Lennon, no le hacen mucho caso al día. Y en mi humilde opinión, hay suficientes motivos para recordarlo.


Han pasado cincuenta años —una cifra redonda, de esas que nos gustan tanto— y muchos días desde que, después de un concierto en el Queens, el cuarteto más famoso del mundo recibió en su suite del Delmonico Hotel, en la ciudad de Nueva York a uno de los pilares del folk, del rock y de la música popular del siglo XX: Bob Dylan. Los Cuatro Fabulosos fueron ser presentados por un amigo mutuo —el escritor Al Aronowitz— con Dylan, quien se sentó y ordenó una botella de vino. Y durante la espera a que trajeran la botella, Dylan les sugirió a los niños buenos de Liverpool que fumaran un poco de mariguana.

Brian Epstein y los Beatles se miraron unos a otros con nerviosismo, y finalmente Brian contestó:

La verdad es que nunca hemos fumado mariguana”.

Dylan no podía creerlo:

¿Y entonces, de qué se trata su canción, esa de ponerse high?”

Y es que Dylan pensaba en el coro de “I Want To Hold Your Hand” decía “…it’s such a feeling that my love I get high, I get high…”, cuando en realidad la letra dice “I can’t hide”. Avergonzado, Lennon aclaró la confusión a Dylan, quien por toda respuesta —así debió de haber sido— sacó los instrumentos necesarios para “forjar” un cigarrillo de mariguana y con él poner fin a la inocencia de The Beatles.

Pero sin duda lo que Dylan traía entre manos era algo más potente: tras asegurar el cuarto, Dylan armó el cigarrillo y se lo pasó primero a John Lennon

Pero, ¿realmente era el primero? La verdad es que, en 1960 y durante sus días en Hamburgo, los Beatles ya habían probado la mariguana: un baterista de Liverpool les había regalado un poco, pero no se habían animado a fumarla sino hasta que estuvieron en el puerto alemán, y los cuatro afirmaban que no les había surtido efecto alguno. Pero sin duda lo que Dylan traía entre manos era algo más potente: tras asegurar el cuarto, Dylan armó el cigarrillo y se lo pasó primero a John Lennon —me imagino que Dylan vio en él al líder del cuarteto o algo así; o simplemente, era el Beatle que tenía más a la mano—, quien en un acto de generosidad —o de cobardía, no sabemos— se lo pasó a Ringo, a quien llamaba su royal taster —haciendo alusión a los días medievales en los que los reyes, por miedo a ser envenenados, tenían “probadores reales” de comida.

Paul McCartney, por su parte, se puso profundo y filosófico, le repetía a todo aquel que se cruzaba con él que “estaba pensando de verdad, por primera vez en su vida” y le pidió a Mal Evans que consiguiera lápiz y papel, lo siguiera por todos lados y anotara todo lo que él dijera

Ringo Starr, relajado y espontáneo como debió de haber sido, rompió el protocolo de dar una fumada y “rolar” el cigarrillo, y ahí nomás se lo acabó él solito, por lo que Dylan tuvo que construir un nuevo cigarrillo. Lo que siguió, al parecer, fueron varias horas de hilaridad disparatada —lo que en el argot se conoce como “les dio la risueña”—, las cuales cada uno relata de manera distinta: John Lennon no recuerda mucho de la conversación, y afirmaba que simplemente eran “cinco rockstars fumando mariguana, bebiendo vino, riéndose y pasándosela bien”; Brian Epstein se la pasó repitiendo “I’m so high I’m up on the ceiling” —“estoy tan pacheco que estoy en el techo”, obviamente haciendo un juego con la palabra high—; Paul McCartney, por su parte, se puso profundo y filosófico, le repetía a todo aquel que se cruzaba con él que “estaba pensando de verdad, por primera vez en su vida” y le pidió a Mal Evans que consiguiera lápiz y papel, lo siguiera por todos lados y anotara todo lo que él dijera —aunque, a final, todos estaban tan drogados que en el papel sólo estaba escrita la frase “Hay siete niveles”; y sí, al día siguiente les pareció muy claro que muchas religiones y sistemas filosóficos hablan de siete niveles, pero no recordaban a qué se refería la anotación.

Y eso fue todo. No hay mucho más que reportar. La típica noche pacheca con primerizos que se ríen exageradamente de todo, se transforman en bultos, se clavan en la textura de un sistema de ideas totalmente inexplorado y fascinante —pero que al día siguiente resulta totalmente incomprensible—, y piensan que están produciendo un conocimiento superior que da orden y concierto al universo entero. Me imagino que Dylan debió de haberse reído mucho de ellos.

Sin embargo, a pesar de la inocuidad de la ocasión, me parece que la trascendencia de esa noche no ha sido suficientemente aquilatada. Al día siguiente, Dylan siguió su camino y los Beatles continuaron su experimentación por la senda de las drogas psicoactivas. Poco a poco, el sonido ramplón y meloso de sus primeros discos se fue transformando. Al año siguiente, los Beatles sacaron al mercado el Rubber Soul (1965), que ya da signos de que el cuarteto había sido influenciado por las asociaciones libres, las líneas alternativas de pensamiento y la percepción alterada que les brindaban sus experimentos con drogas como el cannabis y el LSD. Los dos años siguientes, produjeron el Revolver (1966) y el paradigmático Sgt. Pepper’s Lonely Heart Club Band (1967) que, para muchos entendidos, cambió la historia de la música rock. Y todo, al parecer, fue una avalancha que dio inicio con esa fumada compartida con Bob Dylan.

Y no es que yo esté afirmando, implícitamente, que fue gracias a las drogas que Lennon, McCartney, Harrison y Starr se convirtieron en los genios musicales que todo el mundo dice que son. Tampoco digo que sea necesario fumar mariguana o hachís, o ingerir LSD o cualquier otra droga psicoactiva, para acceder a estados alterados de conciencia que desemboquen en una mayor creatividad y en una producción artística más aventurada. Mucho menos estoy invitando a la gente a que haga lo mismo.

Pero lo que sí queda claro —o, al menos, a mí me queda claro— es que esa noche histórica los cuatro chicos buenos de Liverpool dejaron de ser tales, y que al día siguiente despertaron con un ánimo distinto: se habían atrevido a experimentar y habían visto más pasadizos y ventanas en su conciencia de las que estaban acostumbrados a registrar. Y ahí nada más, empezó la verdadera revolución Beatle: la conciencia expandida, la India, la meditación trascendental, el amor y la paz, el submarino amarillo, los trucos en el estudio. Para bien o para mal, esa noche Dylan “pervirtió” a los Beatles. Y millones en todo el mundo le estamos eternamente agradecidos.

Y ahí nada más, empezó la verdadera revolución Beatle: la conciencia expandida, la India, la meditación trascendental, el amor y la paz, el submarino amarillo, los trucos en el estudio. 

Pero, como siempre digo, eso ya es otro cantar…

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